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Reclamando a los perdidos
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La persona que me hablaba replicó: “Corta los vestidos; ése es
tu deber. La pérdida no es tuya sino mía. Dios no ve como el hombre
ve. El es el que traza el programa del trabajo que quiere realizar, y
tú no sabes cuál prosperará, si esto o lo otro. Se hallará al fin que
muchas de tales pobres almas irán al reino, mientras que otros que
están favorecidos con todas las bendiciones de la vida, que tienen un
buen intelecto, viven en ambientes agradables, y que reciben todas
las ventajas del progreso, serán dejados afuera. Se verá que estas
pobres almas han vivido de acuerdo con la débil luz que tenían, y han
progresado gracias a los limitados medios que estaban a su alcance,
y que vivieron mucho más aceptablemente que algunos otros que
gozaron de una luz plena, y de amplios medios para el progreso”.
Entonces levanté las manos, encallecidas como estaban con el
uso de las tijeras, y dije que solamente podía acobardarme ante el
pensamiento de realizar esta clase de trabajo.
La persona de nuevo repitió: “Corta los vestidos. Tu liberación
todavía no ha llegado”.
Con un sentimiento de gran cansancio me levanté en el sueño
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para empeñarme en la tarea. Delante de mí había un par de tijeras
nuevas, relucientes, que comencé a usar. Al momento mis sentimien-
tos de cansancio y desánimo me abandonaron, las tijeras parecían
cortar con poco esfuerzo de mi parte, y corté un vestido tras otro,
con comparativa facilidad.
Visitando iglesias en Míchigan
Con el ánimo que este sueño me dio, al momento decidí acom-
pañar a mi esposo y al Hno. Andrews a los condados de Gratiot,
Saginaw y Tuscola. Resolví confiar en que el Señor me diera la
fuerza para trabajar. Así, el 7 de febrero salimos de casa, y viajamos
en nuestro carruaje más de 70 kilómetros para nuestra primera cita
en Alma. Aquí trabajé como de costumbre, con un buen grado de
libertad y fuerza. Los hermanos del condado de Gratiot parecían
muy interesados en escuchar.
En Tittabawassee encontramos una gran casa de culto edificada
recientemente por nuestro pueblo, bien llena de observadores del
sábado. Los hermanos parecían listos para nuestro testimonio, y