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Reclamando a los perdidos
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en relación con esas personas nos hacía casi imposible acercarnos a
ellas.
Al trabajar por los errantes, algunos de nuestros hermanos habían
sido demasiado rígidos, demasiado cortantes en sus observaciones.
Y cuando algunos estaban dispuestos a rechazar su consejo solían
[206]
decir: “Bien, si quieren irse, que se vayan”. Mientras los profesos
seguidores de Jesús manifestaran tal carencia de la compasión, la
tolerancia y la ternura de Jesús, la fe de estas pobres almas errantes,
sin experiencia, abofeteadas por Satanás, seguramente naufragaría.
Por grandes que fueran los males y pecados de los que yerran,
nuestros hermanos debían aprender a manifestar no solamente la
ternura del Pastor, sino su infaltable cuidado y amor por la oveja
pobre y errada. Nuestros ministros se esfuerzan y predican semana
tras semana, y se regocijan de que unas pocas almas abracen la
verdad. Y sin embargo, hermanos con una disposición arrebatada
y decidida pueden en cinco minutos destruir la obra al albergar
sentimientos que hacen surgir palabras precipitadas como éstas:
“Bien, si quieren abandonarnos, que lo hagan”.
Hallamos que no podíamos hacer nada en favor de las ovejas
esparcidas que estaban cerca de nosotros hasta que primeramente
hubiéramos corregido los errores de muchos de los miembros de
la iglesia. Ellos habían permitido que estas pobres almas erraran.
No sentían ninguna carga por ellas. Escribí testimonios definidos no
solamente para los que habían errado grandemente y estaban fuera
de la iglesia, sino para aquellos miembros que estaban en la iglesia
y que se habían equivocado grandemente al no ir en procura de las
ovejas perdidas.
Las ovejas perdidas
El Señor está enviando a los errantes, a los débiles y temblorosos,
y aun a aquellos que han apostatado de la verdad, un llamado especial
a regresar plenamente al redil. Pero muchos no han aprendido que
ellos tienen un deber especial de ir y buscar a estas ovejas perdidas.
[207]
Los fariseos murmuraron porque Jesús recibía a los publicanos
y a los pecadores comunes, y comía con ellos. En su justicia des-
preciaban a estos pobres pecadores que con gozo oían las palabras
de Jesús. Para reprender este espíritu en los escribas y fariseos, y