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Notas biográficas de Elena G. de White
izquierdos estaban casi inútiles como consecuencia de un dolor en
mi corazón; pero ahora fui restablecida a la normalidad. Mi mente
estaba clara. Mi alma estaba llena de luz y del amor de Dios. Los
ángeles de Dios parecían estar a mi lado, como un muro de fuego.
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Tenía delante de mí a un pueblo a quien tal vez no volvería a
encontrar hasta el juicio, y el deseo de lograr su salvación me indujo
a hablar con fervor y con el temor de Dios, para estar libre de su
sangre. Sentí gran soltura en mis esfuerzos, y el discurso ocupó una
hora y diez minutos. Jesús fue mi ayudador, y su nombre tendrá toda
la gloria. El auditorio estaba muy atento.
Regresamos a Groveland el martes para encontrar que el congre-
so campestre de ese lugar estaba terminando. Se estaban plegando
las tiendas, y los hermanos estaban diciendo adiós y se hallaban
listos para subir a los carruajes y regresar a sus hogares. Este fue
uno de los mejores congresos campestres a los cualea asistí.
Por la tarde el pastor Haskell nos llevó en su carruaje, y viajamos
hacia South Lancaster para descansar en su hogar durante un tiempo.
Decidimos viajar en un vehículo privado parte del camino al
congreso campestre de Vermont, pues pensamos que esto sería de
beneficio para mi esposo. A mediodía nos deteníamos a un costado
del camino, encendíamos el fuego, preparábamos nuestro almuerzo y
teníamos unos momentos de oración. Estas horas preciosas pasadas
en compañía del Hno. y la Hna. Haskell, de la Hna. Ings, y la Hna.
Huntley, nunca serán olvidadas. Nuestras oraciones ascendían a Dios
en todo el camino desde South Lancaster hasta Vermont. Después
de viajar tres días, tomamos los vehículos públicos y completamos
nuestro viaje.
Esta reunión tuvo un beneficio especial para la causa en Vermont.
El Señor me dio fuerza para hablar a la gente todos los días.
Viajamos directamente desde Vermont hasta el congreso cam-
pestre de Nueva York. El Señor me dio gran soltura al hablar a los
hermanos. Pero algunos no estaban preparados para recibir el be-
neficio de la reunión. No se daban cuenta de su condición, y no
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buscaban al Señor con fervor, confesando su apostasía y apartándose
de sus pecados. Uno de los grandes objetos de tener un congreso
campestre es que nuestros hermanos puedan sentir el peligro de
verse sobrecargados con los cuidados de esta vida. Se experimenta
una gran pérdida cuando no se aprovechan estos privilegios.