Capítulo 38—Visita a Oregon
Hacia el final del invierno de 1877-78, que pasamos en Califor-
nia, mi esposo había mejorado en su salud; y como el tiempo en
Míchigan se había puesto templado, él regresó a Battle Creek, para
que pudiera tener el beneficio de los tratamientos en el sanatorio.
No me atreví a acompañar a mi esposo a través de las llanuras;
pues el constante cuidado y la ansiedad, así como la dificultad para
dormir, me habían traído problemas del corazón que eran alarmantes.
Sentimos hondamente que tuviéramos que separarnos. No sabíamos
si íbamos a volver a vernos en este mundo. Mi esposo regresaba a
Míchigan; y habíamos decidido que era aconsejable que yo visitara
Oregon y presentara mi testimonio allí a los que nunca me habían
escuchado.
El viaje
En compañía de una amiga y del pastor J. N. Loughborough, salí
de San Francisco en la tarde del 10 de junio de 1878, a bordo del
Oregon. El capitán Conner, que estaba a cargo de este espléndido
barco, era muy atento con los pasajeros. Al pasar por el Golden
Gate y salir al amplio océano, el mar estaba muy picado. El viento
soplaba en contra de nosotros, y el buque comenzó a inclinarse
peligrosamente, mientras el océano era azotado por la furia del
viento. Observé el cielo nublado, las rugientes olas que alcanzaban
la altura de montañas, y las gotas de agua que reflejaban los colores
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del arco iris. El espectáculo era terriblemente grandioso, y yo me
sentí llena de pavor mientras contemplaba los misterios del abismo,
terrible en su furia. Había una tremenda belleza en la elevación de
aquellas orgullosas olas rugientes, que luego caían en sollozos de
congoja. Podía ver la exhibición del poder de Dios en el movimiento
de las aguas inquietas, que gemían bajo la acción de los vientos
inmisericordes, los cuales arrojaban las olas hacia la altura como si
fuera en convulsiones de agonía.
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