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Visita a Oregon
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Parecía que el Señor estaba muy cerca de mí a través de todo
este congreso. Cuando terminó, estaba excesivamente cansada, pero
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libre en el Señor. Fue una época de trabajo productivo, y el continuar
su lucha en favor de la verdad fortaleció a la iglesia.
El domingo que siguió al congreso campestre hablé por la tarde
en la plaza pública sobre la sencillez de la religión del Evangelio.
Un culto en una cárcel
Durante mi estancia en Oregon, visité la cárcel de Salem, en
compañía del Hno. y la Hna. Carter y del Hno. Jordan. Cuando
llegó la hora del servicio, se nos condujo a la capilla, que habían
alegrado con una abundancia de luz y aire fresco y puro. Al toque
de la campana, dos hombres abrieron las grandes puertas de hierro,
y los reclusos entraron. Las puertas se cerraron con seguridad detrás
de ellos, y por primera vez en mi vida me vi encerrada dentro de los
muros de una prisión.
Yo hubiera esperado ver a una cantidad de hombres de aspecto
repulsivo, pero me llevé una agradable sorpresa; muchos de ellos pa-
recían ser inteligentes, y algunos parecían hombres capaces. Estaban
vestidos con los uniformes toscos pero limpios de la cárcel, el cabe-
llo peinado y las botas lustradas. Al mirar las distintas fisonomías
que tenía delante de mí, pensé: “A cada uno de estos hombres se le
han encomendado dones peculiares, o talentos, para ser usados para
la gloria de Dios y beneficio del mundo; pero han despreciado estos
dones del cielo, han abusado de ellos y los han aplicado mal”. Al ver
a jóvenes de dieciocho a veinte años y a otros de treinta años de edad,
pensé en sus madres desdichadas, y en la pena y el remordimiento
que debía amargarlas. Muchos corazones de madres habían sido
quebrantados por la conducta impía seguida por sus hijos.
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Cuando todo el grupo se hubo reunido, el Hno. Carter leyó un
himno; todos tenían himnarios, y se unieron en el canto de todo
corazón. Uno de ellos, que era un músico consumado, tocó el órgano.
Yo entonces inicié la reunión con una oración, y de nuevo todos se
unieron en el canto. Al hablar me basé en las palabras de Juan:
“Mirad cuál amor nos ha dado el padre, para que seamos llamados
hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció
a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado