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Notas biográficas de Elena G. de White
Cristo morando en nosotros; en suma, debemos obrar las obras de
Cristo. A dondequiera que dirijamos la mirada, aparece la blanca
cosecha; pero los obreros son pocos. Sentí mi corazón lleno de la
paz de Dios, y de un profundo amor hacia su querido pueblo con
quien estaba adorando por primera vez.
El domingo 23 de junio hablé en la iglesia metodista de Salem
sobre el tema de la temperancia. El próximo martes de noche hablé
de nuevo en esta iglesia. Se me extendieron muchas invitaciones
para hablar acerca de la temperancia en varias ciudades y pueblos
de Oregon, pero el estado de mi salud me impidió cumplir con estos
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pedidos.
Llegamos al congreso campestre con un sentimiento del más
profundo interés. El Señor me dio fuerza y gracia al presentarme
delante del pueblo. Al echar una mirada al auditorio inteligente, mi
corazón se quebrantó delante de Dios. Este era el primer congre-
so campestre realizado por nuestro pueblo en el Estado. Traté de
presentar ante los hermanos la gratitud que debemos sentir por la
tierna misericordia y el gran amor de Dios. Su bondad y su gloria
impresionaban mi mente de una manera especial.
Me había sentido muy ansiosa acerca de mi esposo, debido
a su salud pobre. Mientras hablaba, mi mente concibió en forma
vívida una reunión en la iglesia de Battle Creek, en medio de la cual
estaba mi esposo, con la suave luz del Señor que descansaba sobre
él y a su alrededor. Su rostro mostraba señales de buena salud, y
aparentemente estaba muy feliz.
Me sentí abrumada con el sentimiento de la incomparable mise-
ricordia de Dios, y de la obra que él estaba haciendo, no solamente
en Oregon, y en California y Míchigan, donde estaban estableci-
das nuestras importantes instituciones, sino también en los países
extranjeros. Nunca podré presentar a otros el cuadro que impresio-
nó vívidamente mi mente en esa oportunidad. Por un momento se
presentó delante de mí la extensión de la obra, y perdí la noción
de lo que me rodeaba. La ocasión y la gente a quien me dirigía
desapareció de mi mente. La luz, la preciosa luz del cielo, estaba
brillando con gran esplendor sobre esas instituciones empeñadas en
la obra solemne y elevada de reflejar los rayos de luz que el cielo ha
permitido que brillaran sobre ella.