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La muerte del pastor Jaime White
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de la cruz! ¡Qué contraste! En la hora de su agonía, los burladores se
mofaban de él y lo ridiculizaban. Pero él murió, y pasó por la tumba
para alegrarla, para hacerla más liviana, para que tuviéramos gozo y
esperanza aun en ocasión de la muerte; para que pudiéramos decir,
al poner a nuestros amigos a descansar en Jesús: “Nos volveremos a
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ver”.
A veces me parecía que no podría soportar la muerte de mi es-
poso. Pero estas palabras parecían impresionar mi mente: “Estad
quietos, y conoced que yo soy Dios”.
Salmos 46:10
. Siento honda-
mente la pérdida, pero no me atrevo a entregarme a una congoja
inútil. Esto no traería de regreso al muerto. Y no soy tan egoísta
que, aunque pudiera hacerlo, lo sacara de su pacífico sueño para que
de nuevo se empeñara en las batallas de la vida. Como un cansado
guerrero, se acostó a descansar. Miraré con placer su lugar de reposo.
La mejor manera en que yo y mis hijos podemos honrar la memoria
del que ha caído es asumir la obra que él dejó y, con el poder de
Jesús, llevarla hasta su terminación. Estaremos agradecidos por los
años de utilidad que se nos han concedido; y por causa de mi esposo,
y por causa de Cristo, aprenderemos de su muerte una lección que
nunca olvidaremos. Permitiremos que esta aflicción nos haga más
bondadosos y amables, más tolerantes, pacientes y considerados
hacia los que viven.
Asumo la tarea de mi vida sola, con la plena confianza de que
mi Redentor estará conmigo. Tendremos tan sólo un corto momento
para proseguir la lucha; entonces Cristo vendrá, y esta escena de
conflicto terminará. Entonces habremos realizado nuestros últimos
esfuerzos para trabajar con Cristo y hacer progresar su reino. Algu-
nos que han estado en el frente de batalla, resistiendo celosamente
al enemigo que avanzaba, caen en el puesto del deber. Los vivos
observan con lágrimas a los héroes caídos, pero no es tiempo de
cesar en la obra. Ellos deben cerrar filas, tomar el estandarte de la
mano paralizada por la muerte, y con energía renovada vindicar la
verdad y el honor de Cristo.
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Como nunca antes debe hacerse una decidida resistencia contra
el pecado, contra los poderes de las tinieblas. El tiempo exige una
actividad enérgica y determinada de parte de los que creen en la
verdad presente. Si parece largo el tiempo de espera hasta que venga
nuestro Libertador; si, doblegados por la aflicción y gastados por