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Notas biográficas de Elena G. de White
despertado una y otra vez a la necesidad de una mayor consagración
a Dios, a realizar esfuerzos más celosos para obtener la santidad
del corazón, y a una mayor diligencia en la causa y el servicio de
nuestro Maestro.
“‘2. Conducen a Cristo. A semejanza de la Biblia, lo señalan
como la única esperanza y el único Salvador del género humano, nos
presentan en caracteres vivos su vida santa y su ejemplo piadoso, y
con irresistible urgencia nos instan a seguir sus pasos.
“‘3. Nos conducen a la Biblia. Señalan ese libro como la inspira-
da e inalterable Palabra de Dios. Nos exhortan a tomar esa Palabra
como nuestro consejero y la regla de nuestra fe y práctica. Y con
un gran poder compulsor nos ruegan que estudiemos prolongada y
diligentemente sus páginas y nos familiaricemos con su enseñanza,
pues ella ha de juzgarnos en el día final.
“‘4. Han traído consuelo a muchos corazones. Han fortalecido
al débil, animado al medroso, levantado al desanimado. Han traído
orden en la confusión, han enderezado errores, y arrojado luz sobre
lo que era oscuro y tenebroso’.
“El 30 de agosto de 1846, la Srta. Harmon se casó con Jaime
White, nacido en Palmira, Somerset County, Maine. Desde el tiempo
de su matrimonio, la vida de la Sra. White estuvo estrechamente liga-
da con la de su esposo en la ardua tarea evangélica hasta su muerte,
ocurrida el 6 de agosto de 1881. Ambos viajaron en forma exten-
sa por los Estados Unidos, predicando y escribiendo, plantando y
edificando, organizando y administrando. El tiempo ha comprobado
cuán amplios y firmes fueron los fundamentos que ellos colocaron,
y cuán sabiamente y cuán bien edificaron.
“Los pensamientos sostenidos y ampliamente proclamados por
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la Sra. White con respecto a cuestiones vitales y fundamentales—la
soberanía de Dios, la divinidad de Cristo, la eficacia del Evangelio,
la inspiración de las Escrituras, la majestad de la ley, el carácter del
pecado y la liberación de su poder, la hermandad del hombre y las
relaciones y responsabilidades de esa hermandad—, su enseñanza
con respecto a estas grandes cuestiones y su vida de devoción a su
Señor y de servicio a sus semejantes, resultaron impresionantes por
medio de las revelaciones que le fueron dadas por el Espíritu divino.
Ellos son los frutos de ese Espíritu, los frutos por los cuales la obra
de su vida ha de ser juzgada. Ellos deben determinar la fuente y el