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Los servicios fúnebres de Battle Creek
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carácter del espíritu que ha dominado toda su vida. ‘Por sus frutos
los conoceréis’. ‘¡A la ley y al testimonio! si no dijeren conforme a
esto, es porque no les ha amanecido’.
“Esta cuestión no está envuelta de ninguna manera en una incer-
tidumbre. Su enseñanza es clara y la influencia de su vida ha sido
positiva.
“Ningún maestro cristiano en esta generación, ningún reforma-
dor religioso de cualquier época anterior, ha asignado un valor más
alto a la Biblia. En todos sus escritos ésta se presenta como el li-
bro de todos los libros, la guía suprema y suficiente para toda la
familia humana. Ni una sombra de ‘alta crítica’, ‘nueva teología’,
ni de filosofía escéptica y destructiva, puede hallarse en ninguno de
sus escritos. Los que todavía creen que la Biblia es la inspirada e
infalible Palabra del Dios vivo valorarán más altamente este punto
de vista positivo, y este sostén incondicional que se da en los escritos
de la Sra. White.
“En su enseñanza, Cristo es reconocido y exaltado como el único
Salvador de los pecadores. Se coloca el énfasis sobre el anunció
directo y claro de los discípulos: ‘No hay otro nombre bajo el cielo,
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dado a los hombres, en que podamos ser salvos’. El poder de redimir
del pecado y de sus efectos se halla solamente en él, y a él todos los
hombres han de dirigirse.
“Sus escritos se atienen con firmeza a la doctrina de que el
Evangelio, como está revelado en las Sagradas Escrituras, presenta
el único medio de salvación. No se hace en sus obras el menor
reconocimiento de ninguna de las filosofías de la India, o de los
códigos de ética de Birmania y la China, en comparación con el
Evangelio del Hijo de Dios. Esta es la única esperanza de un mundo
perdido.
“El Espíritu Santo, el representante de Cristo en la tierra, es
señalado y exaltado como el Maestro celestial y el guía enviado
a este mundo por nuestro Señor en ocasión de su ascensión, para
hacer real en los corazones y en las vidas de los hombres todo lo
que él había hecho posible por su muerte en la cruz. Los dones del
Espíritu divino, como se los enumera en los Evangelios y epístolas
del Nuevo Testamento, son reconocidos, se ora por ellos, y se reciben
tan plenamente como el Espíritu ve conveniente impartirlos.