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Mi separación de la iglesia
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pobres pecadores. Respondí que deseaba el advenimiento de Jesús,
porque entonces acabaría el pecado para siempre, y gozaríamos de
la eterna santificación, pues ya no habría demonio que nos tentase y
extraviara.
Cuando el pastor que presidía se dirigió a los otros en la clase,
expresó gran gozo en anticipar el milenio temporal, durante el cual la
tierra sería llena del conocimiento del Señor, como las aguas cubren
el mar. El anhelaba ver llegar ese glorioso período.
Después de la reunión noté que las mismas personas que antes
me habían demostrado cariño y amistad me trataban con señalada
frialdad. Mi hermano y yo nos volvimos a casa con la tristeza de
vernos tan mal comprendidos por nuestros hermanos y de que la
idea del próximo advenimiento de Jesús despertara en sus pechos
tan acerba oposición.
La esperanza del segundo advenimiento
Durante el regreso a casa hablamos seriamente acerca de las
pruebas de nuestra nueva fe y esperanza. “Elena—dijo mi hermano
Roberto—, ¿estamos engañados? ¿Es una herejía esta esperanza en
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la próxima aparición de Cristo en la tierra, pues tan acremente se
oponen a ella los pastores y los que profesan ser religiosos? Dicen
que Jesús no vendrá en millares y millares de años. En caso de que
siquiera se acercasen a la verdad, no podría acabar el mundo en
nuestros días”.
Yo no quise ni por un instante alentar la incredulidad. Así que
repliqué vivamente: “No tengo la menor duda de que la doctrina
predicada por el Sr. Miller sea la verdad. ¡Qué fuerza acompaña a sus
palabras! ¡Qué convencimiento infunde en el corazón del pecador!”
Seguimos hablando francamente del asunto por el camino, y
resolvimos que era nuestro deber y privilegio esperar la venida de
nuestro Salvador, y que lo más seguro sería prepararnos para su
aparición y estar listos para recibirlo gozosos. Si viniese, ¿cuál
sería la perspectiva de quienes ahora decían: “Mi Señor se tarda
en venir”, y no deseaban verlo? Nos preguntábamos cómo podían
los predicadores atreverse a aquietar el temor de los pecadores y
apóstatas diciendo: “¡Paz, paz!”, mientras que por todo el país se