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La desilusión de 1843-44
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Estábamos firmes en la creencia de que la predicación del tiempo
señalado era de Dios. Fue esto lo que movió a muchos a escudriñar
diligentemente la Biblia, con lo cual descubrieron en ella verdades
no advertidas por ellos hasta entonces. Jonás fue enviado por Dios a
proclamar en las calles de Nínive que a los cuarenta días la ciudad
sería destruida; pero Dios aceptó la humillación de los ninivitas
y extendió su tiempo de gracia. Sin embargo, el mensaje que dio
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Jonás había sido enviado por Dios, y Nínive fue probada conforme
a su voluntad. El mundo calificó de ilusión nuestra esperanza y de
fracaso nuestro desengaño; pero si bien nos habíamos equivocado
en cuanto al acontecimiento, no había tal fracaso en la veracidad de
la visión que parecía tardar en realizarse.
Quienes habían esperado el advenimiento del Señor no queda-
ron sin consuelo. Habían obtenido valiosos conocimientos de la
investigación de la Palabra. Comprendían más claramente el plan
de salvación, y cada día iban descubriendo en las sagradas páginas
nuevas bellezas, de modo que ninguna palabra estaba de más, pues
un pasaje daba la explicación de otro y una maravillosa armonía los
concertaba a todos.
Nuestra desilusión no fue tan grande como la de los primeros
discípulos. Cuando el Hijo del hombre entró triunfalmente en Je-
rusalén, ellos esperaban que fuese coronado rey. La gente acudió
de toda la comarca circunvecina, y clamaba: “¡Hosana al Hijo de
David!”.
Mateo 21:9
. Y cuando los sacerdotes y ancianos rogaron a
Jesús que hiciese callar la multitud, él declaró que si ésta callaba, las
piedras mismas clamarían, pues la profecía se había de cumplir. Sin
embargo, a los pocos días, estos mismos discípulos vieron que su
amado Maestro, acerca de quien ellos creían que iba a reinar sobre el
trono de David, estaba pendiente de la cruenta cruz por encima de los
fariseos que lo escarnecían y denostaban. Sus elevadas esperanzas
quedaron chasqueadas, y los envolvieron las tinieblas de la muerte.
Sin embargo, Cristo fue fiel a sus promesas. Dulce fue el consuelo
que dio a los suyos, rica la recompensa de los veraces y fieles.
El Sr. Guillermo Miller y los que con él iban, supusieron que la
purificación del santuario de que habla (
Daniel 8:14
) significaba la
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purificación de la tierra por el fuego antes de quedar dispuesta para
morada de los santos. Esto había de suceder cuando viniese Cristo
por segunda vez; y por lo tanto, esperábamos este acontecimiento al