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Notas biográficas de Elena G. de White
teníamos por cierto que, de no adelantar en santidad de vida, sin
remedio retrocederíamos. Aumentaba el interés de unos por otros,
y orábamos mucho en compañía y cada uno por los demás. Nos
reuníamos en los huertos y arboledas para comunicarnos con Dios y
ofrecerle nuestras peticiones, pues nos sentíamos más plenamente
en su presencia al vernos rodeados de sus obras naturales. El gozo
de la salvación nos era más necesario que el alimento corporal. Si
alguna nube oscurecía nuestra mente, no descansábamos ni dormía-
mos hasta disiparla con el convencimiento de que el Señor nos había
aceptado.
Pasa el tiempo fijado
El expectante pueblo de Dios se acercaba a la hora en que an-
siosamente esperaba que su gozo quedase completo con el adveni-
miento del Salvador. Pero tampoco esta vez vino Jesús cuando se
lo esperaba. Amarguísimo desengaño sobrecogió a la pequeña grey
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que había tenido una fe tan firme y esperanzas tan altas. No obstante,
nos sorprendimos de sentirnos libres en el Señor y poderosamente
sostenidos por su gracia y fortaleza.
Se repitió, sin embargo, en grado aún más extenso la experiencia
del año anterior. Gran número de personas renunció a su fe. Algunos
de los que habían abrigado mucha confianza, se sintieron tan honda-
mente heridos en su orgullo, que deseaban huir del mundo. Como
Jonás, se quejaban de Dios, y preferían la muerte a la vida. Los que
habían fundado su fe en las pruebas ajenas, y no en la Palabra de
Dios, estaban otra vez igualmente dispuestos a cambiar de opinión.
Esta segunda gran prueba reveló una masa de inútiles despojos que
habían sido atraídos al seno de la fuerte corriente de la fe adventista,
y arrastrados por un tiempo juntamente con quienes creían de veras
y obraban fervorosamente.
Quedamos de nuevo chasqueados, pero no descorazonados. Re-
solvimos evitar toda murmuración en la experiencia crucial con que
el Señor eliminaba de nosotros las escorias y nos afinaba como oro
en el crisol. Decidimos someternos pacientemente al proceso de pu-
rificación que Dios consideraba necesario para nosotros, y aguardar
con paciente esperanza que el Señor viniese a redimir a sus probados
fieles.