La desilusión de 1843-44
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experiencia genuina y la incontrovertible prueba de que Dios nos
había aceptado.
Prueba de fe
Necesitábamos mucha paciencia, porque abundaban los burla-
dores. Frecuentemente se nos dirigían pullas respecto de nuestro
desengaño. Las iglesias ortodoxas se valían de todos los medios para
impedir que se propagase la creencia en la pronta venida de Cristo.
Se les negaba la libertad en las reuniones a quienes se atrevían a
mencionar la esperanza en la venida de Cristo. Algunos de los que
decían amar a Jesús rechazaban burlonamente la noticia de que pron-
to los visitaría Aquel acerca de quien ellos aseveraban que era su
mejor Amigo. Se excitaban y enfurecían contra quienes, proclaman-
do las nuevas de su venida, se regocijaban de poder contemplarle
pronto en su gloria.
Tiempo de preparación
Cada momento me parecía de extrema importancia. Comprendía
que estábamos trabajando para la eternidad y que los descuidados
e indiferentes corrían gravísimo peligro. Mi fe era muy clara y me
apropiaba de las preciosas promesas de Jesús, que había dicho a sus
discípulos: “Pedid, y se os dará”. Creía yo firmemente que cuanto
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pidiera en armonía con la voluntad de Dios se me concedería sin
duda alguna, y así me postraba humildemente a los pies de Jesús
con mi corazón armonizado con su voluntad.
A menudo visitaba diversas familias, y oraba fervorosamente
con aquellos que se sentían oprimidos por temores y el desaliento.
Mi fe era tan fuerte que ni por un instante dudaba de que Dios iba
a contestar mis oraciones. Sin una sola excepción, la bendición y
la paz de Jesús descendían sobre nosotros en respuesta a nuestras
humildes peticiones, y la luz y la esperanza alegraban el corazón de
quienes antes desesperaban.
Confesando humildemente nuestros pecados, después de exami-
nar con todo escrúpulo nuestro corazón, y orando sin cesar, llegamos
al tiempo de la expectación. Cada mañana era nuestra primera tarea
asegurarnos de que andábamos rectamente a los ojos de Dios, pues