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Notas biográficas de Elena G. de White
Dios puso a prueba a su pueblo al pasar el plazo fijado en 1843.
El error cometido al calcular los períodos proféticos no lo advirtió
nadie al principio, ni aun los eruditos contrarios a la opinión de los
que esperaban la venida de Cristo. Los doctos declaraban que el
Sr. Miller había computado bien el tiempo, aunque lo combatían
en cuanto al suceso que había de coronar aquel período. Pero tanto
los eruditos como el expectante pueblo de Dios se equivocaban
igualmente en la cuestión del tiempo.
Quienes habían quedado chasqueados no estuvieron mucho tiem-
po en ignorancia, porque acompañando con la oración el estudio
investigador de los períodos proféticos, descubrieron el error, y pu-
dieron seguir, hasta el fin del tiempo de tardanza, el curso del lápiz
profético. En la gozosa expectación que los fieles sentían por la
pronta venida de Cristo, no se tuvo en cuenta esa aparente demora, y
ella fue una triste e inesperada sorpresa. Sin embargo, era necesario
esta prueba para alentar y fortalecer a los sinceros creyentes en la
verdad.
Esperanza renovada
Entonces se concentraron nuestras esperanzas en la creencia de
que el Señor aparecería en 1844. Aquélla era también la época a
propósito para proclamar el mensaje del segundo ángel que, volando
por en medio del cielo, clamaba: “Ha caído, ha caído Babilonia, la
gran ciudad”.
Apocalipsis 14:8
. Los siervos de Dios proclamaron por
vez primera este mensaje en el verano de 1844, y en consecuencia
fueron muchos los que abandonaron las decadentes iglesias. En
relación con este mensaje, se dio el “clamor de media noche”, que
decía: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!”.
Mateo 25:1-13
.
En todos los puntos del país se recibió luz acerca de este mensaje,
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y millares de personas despertaron al oírlo. Resonó de ciudad en
ciudad y de aldea en aldea, hasta las más lejanas comarcas rurales.
Conmovió tanto al erudito como al ignorante, al encumbrado como
al humilde.
Aquél fue el año más feliz de mi vida. Mi corazón estaba hen-
chido de gozosa esperanza, aunque sentía mucha conmiseración e
inquietud por los desalentados que no esperaban en Jesús. Los que
creíamos, solíamos reunirnos en fervorosa oración para obtener una