La desilusión de 1843-44
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había movido el temor, y una vez pasado el peligro, recobraron la
perdida osadía y se unieron con los burladores, diciendo que nunca
se habían dejado engañar de veras por las doctrinas de Miller, a
quien calificaban de loco fanático. Otros, de carácter acomodaticio
o vacilante, abandonaban la causa sin decir palabra.
Nosotros estábamos perplejos y chasqueados, pero no por ello
renunciamos a nuestra fe. Muchos se aferraron a la esperanza de que
Jesús no diferiría por largo tiempo su venida, pues la palabra del Se-
ñor era segura y no podía fallar. Nosotros nos sentíamos satisfechos
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de haber cumplido con nuestro deber, viviendo según nuestra pre-
ciosa fe. Estábamos chasqueados, pero no desalentados. Las señales
de los tiempos denotaban la cercanía del fin de todas las cosas, y por
lo tanto, debíamos velar y mantenernos preparados a toda hora para
la venida del Maestro. Debíamos esperar confiadamente, sin dejar
de congregarnos para la mutua instrucción, aliento y consuelo, a fin
de que nuestra luz brillase en las tinieblas del mundo.
Un error de cálculo
Nuestro cómputo del tiempo profético era tan claro y sencillo,
que hasta los niños podían comprenderlo. A contar desde la fecha del
edicto del rey de Persia, registrado en (
Esdras 7
), y promulgado el
año 457 a. C., se suponía que los 2.300 años de (
Daniel 8:14
) habían
de terminar en 1843. Por lo tanto, esperábamos para el fin de dicho
año la venida del Señor. Nos sentimos tristemente chasqueados al
ver que había transcurrido todo el año sin que hubiese venido el
Salvador.
En un principio, no nos dimos cuenta de que, para que el período
de los 2.300 años terminase a fines de 1843, era preciso que el
decreto se hubiese publicado a principios del año 457 a. C.; pero al
establecer nosotros que el decreto se promulgó a fines del año 457, el
período profético había de concluir en el otoño (hemisferio norte), o
sea a fines de 1844. Por lo tanto, aunque la visión del tiempo parecía
tardar, no era así. Confiábamos en la palabra de la profecía que
dice: “Aunque la visión tardará aún por un tiempo, mas se apresura
hacia el fin, y no mentirá; aunque tardare, espéralo, porque sin duda
vendrá, no tardará”.
Habacuc 2:3
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