Capítulo 7—Mi primera visión
Poco después de pasada la fecha de 1844, tuve mi primera vi-
sión. Estaba en Portland, de visita en casa de la Sra. de Haines,
una querida hermana en Cristo, cuyo corazón estaba ligado al mío.
Nos hallábamos allí cinco hermanas adventistas silenciosamente
arrodilladas ante el altar de la familia. Mientras orábamos, el poder
de Dios descendió sobre mí como nunca hasta entonces.
Me pareció que quedaba rodeada de luz y que me elevaba más
y más, muy por encima de la tierra. Me volví en busca del pueblo
adventista, pero no lo hallé en parte alguna, y entonces una voz me
dijo: “Vuelve a mirar un poco más arriba”. Alcé los ojos y vi un recto
y angosto sendero trazado muy por encima del mundo. El pueblo
adventista andaba por este sendero, en dirección a la ciudad que en
su último extremo se veía. En el comienzo del sendero, detrás de los
que ya andaban, había puesta una luz brillante que, según me dijo un
ángel, era el “clamor de medianoche”.
Mateo 25:6
. Esta luz brillaba
a todo lo largo del sendero, y alumbraba los pies de los caminantes
para que no tropezaran.
Delante de ellos iba Jesús guiándolos hacia la ciudad, y si no
apartaban los ojos de él, iban seguros. Pero no tardaron algunos en
cansarse, diciendo que la ciudad estaba todavía muy lejos, y que
contaban con haber llegado más pronto a ella. Entonces Jesús los
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alentaba levantando su glorioso brazo derecho, del cual dimanaba
una luz que ondeaba sobre la hueste adventista, y exclamaban: “¡Ale-
luya!” Otros negaron temerariamente la luz que tras ellos brillaba,
diciendo que no era Dios quien hasta ahí los guiara. Pero entonces
se extinguió para ellos la luz que estaba detrás y dejó sus pies en
tinieblas, de modo que tropezaron y, perdiendo de vista el blanco
y a Jesús, cayeron abajo fuera del sendero, en el mundo sombrío y
perverso.
Pronto oímos la voz de Dios, semejante al ruido de muchas
aguas, que nos anunció el día y la hora de la venida de Jesús. Los
144.000 santos vivientes reconocieron y entendieron la voz; pero
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