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Notas biográficas de Elena G. de White
eterna gloria que nos rodeaba, que nada pudimos decirles y todos
exclamamos: “¡Aleluya! Muy poco nos ha costado el cielo”. Pulsa-
mos entonces nuestras arpas gloriosas, y sus ecos resonaron en las
bóvedas del cielo.
Al salir de esta visión, todo me parecía cambiado y una me-
lancólica sombra se extendía sobre cuanto contemplaba. ¡Oh, cuán
tenebroso me parecía el mundo! Lloré al encontrarme aquí y expe-
rimenté nostalgia. Había visto un mundo mejor que empequeñecía
este otro para mí.
Relaté esta visión a los fieles de Portland, quienes creyeron ple-
namente que provenía de Dios, y que, después de la gran desilusión
de octubre, el Señor había elegido este medio para consolar y forta-
lecer a su pueblo. El Espíritu del Señor acompañaba al testimonio, y
nos sobrecogía la solemnidad de la eternidad. Me embargaba una
reverencia indecible porque yo, tan joven y débil, había sido elegida
como instrumento por el cual Dios quería comunicar luz a su pueblo.
Mientras estaba bajo el poder de Dios, rebosaba mi corazón de gozo,
y me parecía estar rodeada por ángeles santos en los gloriosos atrios
celestiales, donde todo es paz y alegría; y me era un triste y amargo
cambio el volver a las realidades de esta vida mortal.
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