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Notas biográficas de Elena G. de White
espaciosa cocina donde todos estábamos sentados en compañía de
la Hna. Francisca. La miró asombrado y por último exclamó: “¡Así
que Francisca está mejor!”
El Hno. Howland respondió:
—El Señor la ha sanado.
El Hno. White reanudó la lectura del capítulo en el punto inte-
rrumpido por la llegada del médico, y era el pasaje que dice: “¿Está
alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia, y
oren por él”.
Santiago 5:14
. El médico escuchó con extraña expre-
sión de admiración e incredulidad entremezcladas, meneó la cabeza
y salió apresuradamente del aposento.
La Hna. Francisca anduvo ese día cinco kilómetros en coche.
Regresó cuando ya anochecía, y a pesar de que llovía, no sintió
malestar alguno y su salud continuó mejorando rápidamente. A los
pocos días pidió el bautismo y fue sumergida en el agua. A pesar de
que el tiempo era crudo y el agua estaba muy fría, no sufrió. Por el
contrario, desde entonces quedó libre de la enfermedad y disfrutó
de salud normal.
El Hno. Guillermo H. Hyde también estaba muy enfermo de di-
sentería. Sus síntomas eran alarmantes, y el médico había informado
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que su caso era desesperado. Lo visitamos y oramos con él, pero él
se había puesto bajo la influencia de ciertas personas fanáticas, que
traían deshonra a nuestra causa. Anhelábamos liberarlo de esas per-
sonas, y rogamos al Señor que le diera fuerza para salir de ese lugar.
El fue fortalecido y bendecido en respuesta a nuestras plegarias, y
recorrió cuatro millas en un carruaje hasta la casa del Hno. Patten,
pero después de llegar allí pareció que rápidamente se hundía de
nuevo en la enfermedad.
El fanatismo y los errores en los cuales había caído por causa
de una mala influencia parecían obstaculizar el ejercicio de su fe,
pero con gratitud recibió el sencillo testimonio que se le presentó,
confesó humildemente su falta, y firmemente se puso de parte de la
verdad.
Solamente a unas pocas personas que eran fuertes en la fe se
les permitió entrar en la pieza del enfermo. A los fanáticos cuya
influencia sobre él había sido tan perniciosa, y que lo habían segui-
do persistentemente hasta la casa del Hno. Patten, se les prohibió
que entraran en su presencia, mientras orábamos con fervor por su