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Haciendo frente al fanatismo
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Señor nadie había de ser zángano. Nuestra dicha aumenta y nuestras
facultades se fortalecen cuando nos ocupamos en labores útiles.
La actividad acrecienta la fuerza. En el universo de Dios reina
perfecta armonía. Todos los seres celestiales están en constante
actividad; y el Señor Jesús nos dio a todos un ejemplo en la obra
de su vida. Anduvo “haciendo bienes”. Dios ha establecido la ley
de acción obediente. Todas las cosas creadas ejecutan callada pero
incesantemente la obra que les fue señalada. El océano está en
continuo movimiento. La naciente hierba que hoy es y mañana es
arrojada en el horno, cumple su encargo vistiendo de hermosura los
campos. Las hojas se mueven sin que mano alguna las toque. El sol,
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la luna y las estrellas cumplen útil y gloriosamente su misión.
A toda hora funciona el mecanismo del cuerpo. Día tras día
late el corazón, haciendo su tarea regular y señalada impeliendo
incesantemente el carmíneo fluido por todas las partes del cuerpo. Se
ve que la acción incesante predomina en toda la maquinaria viviente.
Y el hombre, con su mente y cuerpo creados a semejanza de Dios,
debe estar activo para desempeñar la labor que tiene señalada. No
ha de estar ocioso. La ociosidad es pecado.
Una dura prueba
En medio de mi experiencia de lucha contra el fanatismo, me
vi sujeta a una dura prueba. Si en las reuniones el Espíritu de Dios
descendía sobre alguna persona y ella glorificaba y ensalzaba a Dios,
había quienes lo achacaban a mesmerismo; y si al Señor le placía
mostrarme alguna visión en una reunión, también se figuraban que
era excitación y mesmerismo.
Afligida y desalentada, solía retirarme a un lugar apartado para
derramar la carga de mi alma ante Aquel que invita a todos los
cansados y cargados a que acudan en busca de alivio. A medida que
mi fe descansaba en las promesas, me parecía que Jesús estaba muy
cerca. Me circuía la suave luz del cielo, y me veía rodeada por los
brazos de mi Salvador y transportada en visión. Pero cuando relataba
lo que Dios me había revelado a solas, donde ninguna influencia
terrena podía afectarme, me afligía y asombraba al oír a alguien
decirme que quienes viven más cerca de Dios están mayormente
expuestos a ser engañados por Satanás.