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Notas biográficas de Elena G. de White
Algunos querían hacerme creer que no existía el Espíritu Santo,
y que todo cuanto los santos varones de Dios experimentaron fue
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tan sólo efecto del mesmerismo o de los engaños de Satanás.
Quienes, exagerando textos de la Escritura, se abstenían de todo
trabajo y rechazaban a cuantos no compartían sus ideas respecto a
este y otros puntos del deber religioso, me acusaban de conformarme
al estilo mundano. Por otra parte, los adventistas nominales me
culpaban de fanatismo, y se me representaba falsamente como la
cabecilla del fanatismo que yo me ocupaba sin cesar en combatir.
Se señalaron diferentes fechas para la venida del Señor y se
hicieron insistentes esfuerzos para hacerlas adoptar por los hermanos.
Pero el Señor me mostró que dichas fechas pasarían, porque el
tiempo de angustia había de sobrevenir antes del regreso de Cristo,
y que cada vez que se fijaba una fecha y ésta pasaba de largo, se
debilitaba la fe del pueblo de Dios. Por esto me acusaron de ser el
siervo malo que decía: “Mi Señor tarda en venir”.
Mateo 24:48
.
Todas estas cosas pesaban gravemente sobre mi ánimo, y en mi
confusión estuve tentada varias veces a dudar acerca de lo que me
sucedía.
Una mañana, durante las oraciones de familia, el poder de Dios
descendió sobre mí, y me acudió a la mente el pensamiento de
que aquello era mesmerismo. Lo resistí e inmediatamente quedé
muda, y por algunos momentos perdí de vista cuanto me rodeaba.
Vi entonces mi pecado al dudar del poder de Dios y que por ello
me había quedado muda, pero que antes de veinticuatro horas se
desataría mi lengua. Se me mostró una tarjeta en que estaban escritos
en letras de oro el capítulo y versículo de cincuenta pasajes de la
Escritura.
Desvanecida la visión, hice señas de que me trajesen la pizarra
y escribí en ella que estaba muda, y también lo que había visto, y
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que deseaba la Biblia grande. Tomé la Biblia y rápidamente busqué
todos los textos que había visto en la tarjeta.
No pude hablar en todo el día. A la mañana siguiente, temprano,
mi alma se llenó de gozo, se desató mi lengua y prorrumpí en grandes
alabanzas a Dios. Después de esto ya no me atreví a dudar; ni por
un momento resistí al poder de Dios, aunque los demás pensaran de
mí lo que quisieran.