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Haciendo frente al fanatismo
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Hasta entonces no me había sido posible escribir, y mi mano
temblorosa era incapaz de sujetar firmemente la pluma. Mientras
estaba en visión, un ángel me mandó que escribiera la visión. Obe-
decí, y pude escribirla fácilmente. Mis nervios estaban fortalecidos,
y desde entonces hasta hoy, he tenido la mano firme.
Exhortaciones a la fidelidad
Muy penoso me era decirles a los que andaban en error lo que se
me había mostrado respecto a ellos. Me causaba mucha angustia ver
a otros turbados o afligidos. Y cuando me veía obligada a declarar
los mensajes, a menudo los suavizaba y los hacía parecer tan favora-
bles para las personas a quienes concernían como me era posible, y
después me retiraba a la soledad para llorar en agonía de espíritu.
Me fijaba en aquellos que parecían no tener que cuidar sino de sus
propias almas, y pensaba que, de hallarme yo en su situación, no me
quejaría. Me era muy penoso referir los explícitos y terminantes tes-
timonios recibidos de Dios. Anhelosamente aguardaba el resultado,
y si los reprendidos se rebelaban contra la reprensión y después se
oponían a la verdad, yo me preguntaba: ¿Habré dado debidamente el
mensaje? ¿No podía haber algún medio de salvarlos? Y entonces se
oprimía tan angustiosamente mi alma, que muchas veces la muerte
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habría sido para mí una mensajera bienvenida, y la tumba un dulce
lugar de reposo.
No me daba cuenta de que, con estas dudas y preguntas, que-
brantaba mi fidelidad; ni advertía el peligro y el pecado de semejante
conducta, hasta que fui transportada en visión a la presencia de Jesús.
Me dirigió una mirada de desaprobación y apartó de mí su rostro. No
es posible describir el terror y la agonía que sentí entonces. Postré
mi rostro en el suelo ante él sin poder articular una palabra. ¡Oh,
cuánto anhelaba ocultarme y esconderme de aquel terrible ceño!
Entonces pude percatarme en parte de lo que sentirán los perdidos
cuando griten a las montañas y a las peñas: “Caed sobre nosotros, y
escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y
de la ira del Cordero”.
Apocalipsis 6:16
.
Al rato, un ángel me mandó que me levantara, y es difícil des-
cribir lo que vieron mis ojos. Ante mí había una hueste, de cabellos
desgreñados y vestidos desgarrados, en cuyos semblantes se retrata-