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Notas biográficas de Elena G. de White
ban el horror y la desesperación. Se me acercaron y restregaron sus
vestiduras contra las mías. Miré después mi vestido y lo vi mancha-
do de sangre. De nuevo caí como muerta a los pies del ángel que me
acompañaba, y sin poder alegar excusa alguna, deseaba alejarme de
aquel lugar santo.
El ángel me puso en pie y dijo: “Este no es ahora tu caso; pero has
visto esta escena para que sepas cuál será tu situación si descuidas
declarar a los demás lo que el Señor te ha revelado. Pero si eres fiel
hasta el fin, comerás del árbol de la vida y beberás del agua del río de
vida. Habrás de sufrir mucho; pero la gracia de Dios es suficiente”.
Entonces me sentí con ánimo para hacer cuanto el Señor exigiese
de mí, a fin de lograr su aprobación y no experimentar su terrible
enojo.
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El sello de la aprobación divina
Aquélla fue una época de tribulaciones. De no mantenernos
entonces firmes, hubiera naufragado nuestra fe. Algunos decían que
éramos tercos; pero estábamos obligados a mantener nuestros rostros
como el pedernal, sin volvernos ni a derecha ni a izquierda.
Durante años nos esforzamos en combatir los prejuicios y vencer
la oposición, que a veces amenazaba con arrollar a los fieles portaes-
tandartes de la verdad: los héroes y heroínas de la fe. Pero echamos
de ver que quienes acudían a Dios con humildad y contrición de
alma, podían discernir entre lo verdadero y lo falso. “Encaminará
a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera”.
Salmos 25:9
.
En aquellos días nos dio Dios una valiosa experiencia. Al ver-
nos en estrecho conflicto con las potestades de las tinieblas, como
frecuentemente estábamos, confiamos por entero en el poderoso Pro-
tector. Repetidas veces oramos en demanda de fortaleza y sabiduría.
No queríamos cejar en el empeño, convencidos de que íbamos a
recibir auxilio. Y, gracias a la fe en Dios, la artillería del enemigo se
volvió contra él, la causa de la verdad obtuvo gloriosas victorias, y
comprendimos que Dios no nos daba su Espíritu con mezquindad.
A no ser por aquellas apreciadas pruebas del amor de Dios, y si,
por la manifestación de su Espíritu, no hubiese puesto él su sello
sobre la verdad, acaso nos habríamos desalentado; pero aquellas