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Notas biográficas de Elena G. de White
levantó el velo y entré en el lugar santo, donde vi el altar del perfu-
me, el candelabro con las siete lámparas y la mesa con los panes de
la proposición. Después que hube contemplado la gloria del lugar
santo, Jesús levantó el segundo velo y pasé al lugar santísimo.
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En él vi un arca, cuya cubierta y lados estaban recubiertos de oro
purísimo. En cada punta del arca, había un hermoso querubín con
las alas extendidas sobre el arca. Sus rostros estaban frente a frente,
pero su vista estaba dirigida hacia abajo. Entre los dos ángeles había
un incensario de oro, y sobre el arca, donde estaban los ángeles,
una gloria muy esplendorosa que semejaba un trono en que moraba
Dios. Junto al arca estaba Jesús, y cuando las oraciones de los santos
llegaban a él, humeaba el incienso del incensario, y Jesús ofrecía a
su Padre aquellas oraciones con el humo del incienso.
Dentro del arca estaba el vaso de oro con el maná, la vara flo-
recida de Aarón y las tablas de piedra, que se plegaban como las
hojas de un libro. Jesús las abrió, y vi en ellas los Diez Mandamien-
tos escritos por el dedo de Dios. En una tabla había cuatro, y en
la otra seis. Los cuatro de la primera brillaban más que los otros
seis. Pero el cuarto, el mandamiento del sábado, brillaba más que
todos, porque el sábado fue puesto aparte para que se lo guardase
en honor del santo nombre de Dios. El santo sábado resplandecía,
rodeado de un nimbo de gloria. Vi que el mandamiento del sábado
no estaba clavado en la cruz, pues de haberlo estado, también lo
hubieran estado los otros nueve, y así quedaríamos en libertad para
quebrantarlos a todos ellos, así como el cuarto. Vi que Dios no había
cambiado el día de descanso, porque Dios es inmutable; pero el papa
lo había transferido del séptimo al primer día de la semana, pues
había pensado cambiar los tiempos y la ley.
También vi que si Dios hubiese cambiado el día de reposo del
séptimo al primer día, asimismo hubiera cambiado el texto del man-
damiento del sábado, escrito en las tablas de piedra que están en el
arca del lugar santísimo del templo celestial, y diría así: El primer
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día es el día de reposo de Jehová tu Dios. Pero vi que decía lo mis-
mo que cuando el dedo de Dios lo escribió en las tablas de piedra
antes de entregarlas a Moisés en el Sinaí: “Mas el séptimo día será
reposo para Jehová tu Dios”. Vi que el santo sábado es, y será, el
muro separador entre el verdadero Israel de Dios y los incrédulos,