Página 27 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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Promesas para los obedientes, 18 de enero
Ahora pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros
seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la
tierra.
Éxodo 19:5
.
Esta promesa le fué dada no sólo a Israel, sino a todos los que obedezcan
la palabra de Dios. Los que viven en medio de los peligros de los últimos días
deben comprender que, justamente al comienzo de su experiencia, la verdad
los unió al Salvador, de manera que él, que es el autor y consumador de su fe,
perfeccionará la obra que ha comenzado por ellos. Dios es fiel, y mediante él
han sido llamados al compañerismo con su Hijo. Como hombres y mujeres
que cooperan con Dios haciendo la obra que él les ha encomendado, avanzan
de fortaleza en fortaleza. Mientras ejercitan su fe sencilla, creyendo día a día
que Dios no fallará en afirmarlos en Cristo, Dios les dice, como le dijo al
antiguo Israel: “Porque tú eres pueblo santo a Jehová tu Dios: Jehová tu Dios
te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que
están sobre la haz de la tierra”.
Deuteronomio 7:6
.
Así Dios puede guiar a todos los que quieran dejarse conducir por él.
El desea enseñarle a cada uno una lección de confianza constante, de fe
inamovible, y de incuestionable sumisión. El dice a cada uno: Yo soy el Señor
tu Dios, camina conmigo, y yo llenaré de luz tu senda. El se acerca a todos con
dones inapreciables, invitándolos a la comunión con él. El los hará miembros
de su familia real.
Pero Dios requiere obediencia a todos sus mandamientos. La única manera
mediante la cual los hombres pueden llegar a ser felices, es obedeciendo a los
preceptos del reino de Dios.
La vida, con sus privilegios y deberes, es el don de Dios. Recordemos
que todos procedemos de Dios, y que debemos estar entera y libremente
consagrados a él. Pablo declara: “Y ciertamente, aun reputo todas las cosas
pérdida por el eminente conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del
cual lo he perdido todo, y téngolo por estiércol, para ganar a Cristo”.
Filipenses
3:8
. Es necesario el sacrificio de nuestras ideas, nuestra voluntad, si queremos
ser uno con Cristo en Dios. Todo lo que tenemos y somos debe ser puesto a
los pies de Cristo.—
Manuscrito 17, 1899
.
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