Página 50 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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El centro de mi esperanza, 9 de febrero
Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado a mí, y yo al mundo.
Gálatas 6:14
.
Quitar la cruz al cristiano, es como borrar el sol que ilumina el día, y quitar
la luna y las estrellas del firmamento por la noche. La cruz de Cristo nos
conduce más cerca de Dios, reconcilia al hombre con Dios, y a Dios con el
hombre. El Padre contempla la cruz, los sufrimientos que ha dado a su Hijo,
a fin de salvar a la humanidad de su desesperada condición, y de conducir al
hombre hacia sí mismo. La contempla con la tierna compasión del amor de
un padre. Casi se ha perdido de vista la cruz, pero sin la cruz no hay relación
con el Padre, no hay unidad con el Cordero en el medio del trono del cielo, no
hay una recepción de bienvenida a los errantes que quieran volver al olvidado
camino de la justicia y la verdad, no hay esperanza para el transgresor en
el día del juicio. Sin la cruz no hay un medio provisto para vencer el poder
de nuestro poderoso enemigo. Toda esperanza de la humanidad pende de la
cruz.—
Manuscrito 58, 1900
.
Cuando el pecador alcanza la cruz, y contempla a Aquel que murió para
salvarlo, debe regocijarse con plenitud de gozo; porque sus pecados son
perdonados. Arrodillándose junto a la cruz, ha alcanzado el lugar más alto al
que un hombre puede llegar. La luz del conocimiento de la gloria de Dios es
revelada en el rostro de Jesucristo; y él pronuncia estas palabras de perdón:
“Vivid, vosotros pecadores, vivid. Vuestro arrepentimiento es aceptado; porque
yo he encontrado un rescate”.
Mediante la cruz aprendemos que nuestro Padre celestial nos ama con
un amor infinito y perdurable, y nos acerca hacia él con una simpatía mayor
que la de una madre anhelosa por un hijo descarriado. ¿Puede extrañarnos
el que Pablo haya exclamado: “Lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz
de nuestro Señor Jesucristo”? También es nuestro privilegio gloriarnos en la
cruz del Calvario, es nuestro privilegio darnos plenamente a Aquel que se dió
a sí mismo por nosotros. Entonces, con la luz del amor que brilla desde su
rostro sobre nosotros, saldremos para reflejarla sobre aquellos que viven en
tinieblas.—
The Review and Herald, 29 de abril de 1902
.
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