Página 67 - Nuestra Elevada Vocacion (1962)

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El manto de alegría, 26 de febrero
Has tornado mi endecha en baile; desataste mi saco, y ceñísteme de
alegría.
Salmos 30:11
.
Muchos que andan a la búsqueda de alegría, quedarán chasqueados en sus
esperanzas, porque la buscan en un mal lugar. La verdadera felicidad no se
encuentra en la complacencia egoísta, sino en la senda del deber. Dios desea
que el hombre sea feliz, y por esta razón le da los preceptos de su ley, para que
al obedecerlos pueda tener gozo en todas partes. Mientras permanece en su
integridad moral, fiel a los principios, teniendo control de todas sus facultades,
no puede sentirse desgraciado. Con sus zarcillos entrelazados alrededor de
Dios, el alma florecerá en medio de la incredulidad y de la depravación. Pero
muchos que constantemente andan buscando la felicidad, dejan de recibirla
porque, al descuidar el cumplimiento de los pequeños deberes, descuidan el
observar las pequeñas cortesías de la vida, y violan los principios de los cuales
depende la felicidad.—
The Review and Herald, 1 de septiembre de 1885
.
Las corrientes de vida espiritual no deben estancarse. El agua de la fuente
de la vida debiera estar en nosotros, como fuente de agua que salta para vida
eterna, y barriendo el egoísmo del corazón natural. ... Muchos levantan barreras
entre ellos y Jesús, de manera que su amor no puede fluir a sus corazones, y
luego se quejan de que no pueden ver al Sol de Justicia. Olvídense ellos del
yo, y vivan para Jesús, y la Luz del Cielo les proporcionará gozo a sus almas.
...
El hecho de que Jesús murió para poner la felicidad y el cielo cerca de
nuestro alcance, debiera ser un tema de constante gratitud. La belleza que hay
a nuestro alrededor en las obras creadas por Dios como expresión de su amor,
debieran llevar alegría a nuestros corazones. Abrimos para nosotros las com-
puertas de la desgracia o el gozo. Si permitimos que nuestros pensamientos
se saturen con las dificultades de esta tierra, nuestros corazones se llenarán
de incredulidad, de lobreguez y resentimiento. Si ponemos nuestros afectos
en las cosas de arriba, la voz de Jesús hablará a nuestras almas, cesarán las
murmuraciones; los pensamientos aflictivos se perderán en alabanza a nuestro
Redentor. Los que se espacien en las grandes misericordias de Dios, y no
pasen por alto sus dones menores, se pondrán el vestido de alegría, y harán
que en sus corazones vibren melodías para el Señor.—
The Review and Herald,
22 de septiembre de 1885
.
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