El propósito de la vida, 27 de febrero
Bienaventurado aquel en cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya
esperanza es en Jehová su Dios.
Salmos 146:5
.
Vuestra única salvaguardia y felicidad está en hacer que Cristo sea vuestro
constante consejero. Podéis ser felices en él, aunque no tengáis ningún otro
amigo en el amplio mundo. Vuestros sentimientos de inquietud, o nostalgia, o
soledad, pueden ser para vuestro bien. Vuestro Padre celestial quiere enseñaros
a encontrar en él la amistad, el amor y la consolación que satisfarán vuestras
más ardientes esperanzas y deseos. ...
No estéis demasiado ansiosos por ninguna cosa. Haced serenamente los
deberes que el día os trae. Haced lo mejor que podáis, y pedid a Dios que sea
vuestro ayudador. ... Pensad cada día: “Estoy haciendo mi obra para Dios.
No estoy viviendo para mí mismo, para glorificarme, sino para glorificar a
Dios”. ¡Oh, pensad en Jesús, y no en vuestro propio corazón! Echad vuestras
cargas y a vosotros mismos sobre él. Si no experimentáis gozo, o consuelo,
no os desaniméis. Esperad y creed. Podéis tener una preciosa experiencia en
las cosas de Dios. Luchad con vuestros desánimos y vuestras dudas, hasta
que obtengáis la victoria sobre ellos en el nombre de Jesús. No animéis la
angustia, la desesperación, y la lobreguez. ... Descansad en las amplias y
seguras promesas de Dios. Descansad en estas promesas, sin ninguna duda. ...
He visto que aquellos que viven con un propósito, que procuran beneficiar
y bendecir a sus semejantes y honrar y glorificar a su Redentor, son verda-
deramente felices aquí en la tierra, mientras que el hombre que es inquieto,
que está descontento, y que busca esto y prueba aquello, esperando encontrar
felicidad, siempre se está quejando y está descontento. Siempre tiene necesi-
dad, y nunca está satisfecho, porque vive solamente para sí mismo. Que sea
vuestro deseo hacer el bien, y actuar fielmente en el desempeño de vuestra
parte en la vida.—
Carta 17, 1872, pp. 2, 3
.
Encontrad tiempo para consolar a algún otro corazón, para alegrar con una
palabra bondadosa y de alegría a alguien que esté batallando con la tentación, y
posiblemente en aflicción. Al bendecir así a otros con palabras gozosas y llenas
de esperanza, al señalarles al que lleva las cargas, seguramente encontraréis
paz, felicidad y consolación para vosotros mismos.—
Carta 2b, 1874
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