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El predicador en su hogar
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Por otro lado, el predicador que permita que sus hijos se críen
indisciplinados y desobedientes, encontrará que la influencia de sus
labores en el púlpito queda contrarrestada por la conducta indigna
de sus hijos. El que no pueda gobernar los miembros de su propia
familia, no podrá ministrar debidamente en favor de la iglesia de
Dios, ni preservarla de la contención y controversia.
La cortesía en el hogar
Existe el peligro de no dar la debida atención a las cosas peque-
ñas de la vida. El predicador no debe descuidar el decir palabras
bondadosas y alentadoras en el círculo de la familia. Hermanos míos
en el ministerio, ¿demostráis en el círculo del hogar brusquedad,
dureza, descortesía? Si lo hacéis, no importa cuán sublime sea lo
que profeséis, estáis violando los mandamientos. No importa cuán
fervientemente prediquéis a otros, si dejáis de manifestar el amor de
Cristo en vuestra vida en el hogar, quedáis por debajo de la norma
fijada para vosotros. No penséis que es representante de Cristo el
hombre que al bajar del púlpito incurre en observaciones duras y
sarcásticas, o en chistes y bromas. El amor de Dios no está en él.
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Su corazón está lleno de amor hacia sí mismo, de engreimiento, y
demuestra que no tiene verdadera estimación por las cosas sagradas.
Cristo no está en él, y no siente el peso del solemne mensaje de la
verdad para este tiempo.
En algunos casos, los hijos de los predicadores son los niños a
quienes más se descuida en el mundo, por la razón de que el padre
está poco con ellos, y se les deja elegir sus ocupaciones y diversiones.
Si el predicador tiene una familia de varones, no debe abandonarlos
enteramente al cuidado de la madre. Esta es una carga demasiado
pesada para ella. El debe hacerse compañero y amigo de ellos. Debe
esforzarse por apartarlos de las malas compañías, y cuidar de que
tengan trabajo útil que hacer. Puede ser difícil para la madre ejercer
dominio propio. Si el esposo nota que tal es el caso, debe encargarse
de la mayor parte de la responsabilidad, y hacer cuanto pueda para
conducir a sus muchachos a Dios.
Recuerde la esposa del predicador que tiene hijos, que ella tie-
ne en su hogar un campo misionero en el cual debe trabajar con
energía incansable y celo invariable, sabiendo que los resultados de