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Obreros Evangélicos
no debemos escudriñar asuntos acerca de los cuales Dios guardó
silencio.
Cuando se presentan cuestiones acerca de las cuales reine incer-
tidumbre, preguntemos: ¿Qué dice la Escritura? Y si la Escritura
guarda silencio acerca de una cuestión dada, no la hagamos tema
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de discusión. Busquen aquella novedad de vida resultante del nuevo
nacimiento los que desean algo nuevo. Purifiquen sus almas obe-
deciendo la verdad, y obren en armonía con la instrucción que dió
Cristo.
La única pregunta que se hará en el juicio será: “¿Fueron obe-
dientes a mis mandamientos?” La disensión y contienda ruin por
cuestiones sin importancia no tiene parte en el gran plan de Dios.
Los que enseñan la verdad deben ser hombres de mente sólida, que
no conduzcan a sus oyentes a un campo de abrojos, por así decirlo,
para dejarlos allí.
El sacrificio de Cristo como expiación del pecado es la gran
verdad en derredor de la cual se agrupan todas las otras verdades. A
fin de ser comprendida y apreciada debidamente, cada verdad de la
Palabra de Dios, desde el Génesis al Apocalipsis, debe ser estudiada
a la luz que fluye de la Cruz del Calvario. Os presento el magno
y grandioso monumento de la misericordia y regeneración, de la
salvación y redención,—el Hijo de Dios levantado en la cruz. Tal
ha de ser el fundamento de todo discurso pronunciado por nuestros
ministros.
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