Página 321 - Obreros Evang

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Consejos acerca de la obra en las ciudades
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aguda y de dos filos, corta en ambos lados. Ella es la que despertará
a los que están muertos en delitos y pecados.
Aquel que dió su vida para salvar a los hombres y mujeres de
la idolatría y la complacencia propia, dejó un ejemplo para que
lo siguiesen todos aquellos que emprendan la obra de presentar
el Evangelio a otros. A los siervos de Dios en este siglo han sido
confiadas las verdades más solemnes para ser proclamadas, y sus
acciones, métodos y planes deben corresponder a la importancia de
su mensaje. Si presentáis la palabra a la manera de Cristo, vuestro
auditorio quedará profundamente impresionado por las verdades que
enseñáis. Se convencerá de que es la palabra del Dios viviente.
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El formalismo en el culto
En sus esfuerzos para alcanzar a la gente, los mensajeros del
Señor no han de seguir los métodos del mundo. En las reuniones
que se celebran, no tienen que depender de cantores mundanos y
fausto teatral para despertar el interés. ¿Cómo se puede esperar que
aquellos que no tienen interés en la Palabra de Dios, que nunca la han
leído con el sincero deseo de comprender sus verdades, canten con
el espíritu y el entendimiento? ¿Cómo pueden estar sus corazones
en armonía con las palabras de un himno sagrado? ¿Cómo puede el
coro celestial unirse a una música que es únicamente una forma?
Ningún término es demasiado enérgico para describir lo malo
del culto formal, pero no hay palabras que puedan presentar debida-
mente la profunda bendición del culto verdadero. Cuando los seres
humanos cantan con el espíritu y el entendimiento, los músicos ce-
lestiales siguen los acordes, y se unen al canto de acción de gracias.
El que otorgó a todos los dones que los habilitan para ser colabo-
radores con Dios, espera que sus siervos cultiven sus voces, para
poder hablar y cantar de tal manera que todos puedan comprender.
No es un canto fuerte lo que se necesita, sino una entonación clara,
una pronunciación correcta y una articulación distinta. Tomen todos
tiempo para cultivar la voz, para poder cantar las alabanzas de Dios
en tonos claros y suaves, no en tonos duros y chillones que ofendan
el oído. La capacidad de cantar es un don de Dios; sea, pues, usado
para gloria suya.