Página 33 - Obreros Evang

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La responsabilidad del ministro
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humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida de un alma
despertar una solicitud aún más profunda en los hombres que ase-
veran percatarse del peligro que corren los que están separados de
Cristo? ¿No mostrarán los siervos de Dios en cuanto a trabajar por la
salvación de las almas un celo tan grande como el que se manifestó
por la vida de aquel hombre sepultado en un pozo?
Hambrientos por el pan de vida
Una mujer piadosa observó una vez: “¡Ojalá pudiésemos oír
el Evangelio puro cual se solía predicar desde el púlpito! Nuestro
predicador es un hombre bueno, pero no se da cuenta de las necesi-
dades espirituales de la gente. El viste la cruz del Calvario con flores
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hermosas, que ocultan toda la vergüenza, esconden todo el oprobio.
Mi alma tiene hambre del pan de vida. ¡Cuán refrigerador sería para
centenares de pobres almas como yo, escuchar algo sencillo, claro,
bíblico, que nutriese nuestro corazón!”
Se necesitan hombres de fe, que no sólo quieran predicar, sino
ayudar a la gente. Se necesitan hombres que anden diariamente con
Dios, que tengan una conexión viviente con el cielo, cuyas palabras
tengan poder para traer convicción a los corazones. Los ministros no
han de trabajar para ostentar sus talentos e inteligencia, sino para que
la verdad pueda penetrar en el alma como saeta del Todopoderoso.
Cierto predicador, después de pronunciar un discurso bíblico
que había producido honda convicción en uno de sus oyentes, fué
interrogado así:
¿Cree Vd. realmente lo que predicó?
Ciertamente—contestó.
Pero, ¿es verdaderamente así?—inquirió el ansioso interlocutor.
Seguramente—dijo el predicador, extendiendo la mano para to-
mar su Biblia.
Entonces el hombre exclamó: “¡Oh! si ésta es la verdad, ¿qué
haremos?
“¿Qué
haremos?”
—pensó el predicador. ¿Qué quería decir el
hombre? Pero la pregunta penetró en su alma. Se arrodilló para pedir
a Dios que le indicase qué debía hacer. Mientras oraba, acudió a él
con fuerza irresistible el pensamiento de que tenía que presentar a un
mundo moribundo las solemnes realidades de la eternidad. Durante