Cristo nuestro ejemplo
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tesoros de la fuente de sabiduría. Les hablaba en lenguaje tan sencillo
que no podían menos que comprenderlo. Por métodos peculiarmente
suyos, ayudaba a todos los que estaban en tristeza y aflicción. Con
gracia tierna y cortés, ministraba al alma enferma de pecado, dándole
sanidad y fuerza.
El, Príncipe de los maestros, trataba de tener acceso a la gente
por la senda de sus asociaciones más familiares. Presentaba la verdad
de tal manera que más tarde, siempre sus oyentes la entrelazaban
con sus recuerdos y afectos más santos. Enseñaba de tal modo que
les hacía sentir la plenitud de su identificación con los intereses y la
felicidad de ellos. Su instrucción era tan directa, sus ilustraciones
tan apropiadas, sus palabras tan llenas de simpatía y alegría, que
sus oyentes quedaban encantados. La sencillez y fervor con que se
dirigía a los menesterosos, santificaban toda palabra.
A ricos y pobres igualmente
¡Qué vida atareada llevaba! Día tras día se lo podía ver entrando
en las humildes moradas donde se sentía necesidad y tristeza, para
infundir esperanza a los abatidos y paz a los angustiados. Benigno,
tierno de corazón, compasivo, andaba levantando a los caídos y
consolando a los tristes. Doquiera fuera, impartía bendiciones.
Al par que ayudaba a los pobres, Jesús estudiaba también modos
de alcanzar a los ricos. Trababa relación con el pudiente y culto
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fariseo, el noble judío, y el gobernante romano. Aceptaba sus invi-
taciones, asistía a sus fiestas, se familiarizaba con sus intereses y
ocupaciones, a fin de obtener acceso a sus corazones y revelarles las
riquezas imperecederas.
Cristo vino a este mundo para demostrar que por recibir poder
de lo alto, el hombre puede vivir una vida sin contaminación. Con
paciencia incansable y simpatía ayudadora, se relacionaba con los
hombres haciendo frente a sus necesidades. Por el suave toque de
su gracia, desterraba del alma la agitación y la duda, cambiando la
enemistad en amor, y la incredulidad en confianza....
Cristo no reconocía distinción de nacionalidad, alcurnia ni credo.
Los escribas y fariseos deseaban convertir en un beneficio local
y nacional los dones del cielo, y excluir de toda participación al
resto de la familia de Dios en el mundo. Pero Cristo vino para