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Obreros Evangélicos
Cristo podría haber ocupado el primer puesto entre los maestros
de la nación judía, pero prefirió llevar más bien el Evangelio a los
pobres. Iba de lugar a lugar, para que los que estaban por los vallados
y caminos oyesen las palabras de verdad. A orillas del mar, en la
falda de la montaña, en las calles de la ciudad, en la sinagoga, se
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oía su voz explicando las Escrituras. A menudo enseñaba en el atrio
exterior del templo para que los gentiles oyesen sus palabras.
Tan diferente era la enseñanza de Cristo de las explicaciones
de la Escritura dadas por los escribas y fariseos, que llamaba la
atención del pueblo. Los rabinos se explayaban en la tradición,
en las teorías y especulaciones humanas. Muchas veces, lo que
los hombres habían enseñado y escrito acerca de la Escritura era
colocado en lugar de ésta. El tema de la enseñanza de Cristo era
la Palabra de Dios. El respondía a sus interlocutores con un claro:
“Escrito está,” “¿Qué dice la Escritura?” “¿Qué lees?” En cada
oportunidad, cuando un enemigo o un amigo despertaba interés,
Jesús presentaba la Palabra. Con claridad y poder, proclamaba el
mensaje del Evangelio. Sus palabras derramaban raudales de luz
sobre las enseñanzas de los patriarcas y profetas, y las Escrituras se
presentaban a los hombres como una nueva revelación. Nunca antes
habían percibido sus oyentes tal profundidad de significado en la
Palabra de Dios.
Sencillez en la enseñanza de Cristo
Nunca hubo un evangelista como Cristo. El era la Majestad del
cielo, pero se humilló para tomar nuestra naturaleza, a fin de poder
encontrar a los hombres donde estaban. A todos, ricos y pobres,
libres y siervos, Cristo, el Mensajero del pacto, trajo las nuevas de
salvación. Su fama de gran Médico cundió por toda Palestina. Los
enfermos acudían a los lugares por donde debía pasar a fin de pedirle
auxilio. Allí también iban muchos ansiosos de oír sus palabras y
recibir el toque de su mano. Así iba de ciudad en ciudad, de pueblo
en pueblo, predicando el Evangelio y sanando a los enfermos,—Rey
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de gloria en el humilde atavío de la humanidad.
Asistía a las grandes fiestas anuales de la nación, y a la multitud
absorta en los detalles exteriores de la ceremonia le hablaba de
cosas celestiales, trayendo la eternidad a su vista. A todos presentaba