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Cristo nuestro ejemplo
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aquellos a quienes él trataba de bendecir y salvar. Sin embargo, no
desmayaba ni se desalentaba.
En todo, ponía sus deseos en estricta conformidad con su misión.
Glorificaba su vida subordinando todo en ella a la voluntad de su
Padre. Cuando, en la niñez, su madre, encontrándolo en la escuela de
los rabinos, dijo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho así?” él contestó,—y
su respuesta es la nota descollante de la obra de toda su vida,—
“¿Qué hay? ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios
de mi Padre me conviene estar?
La suya fué una vida de constante abnegación. El no tenía hogar
en este mundo, excepto el que la bondad de sus amigos le proveía
como viajero. Vino a vivir en favor nuestro la vida de los más pobres,
y a andar y trabajar entre los menesterosos y los que sufrían. No fué
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reconocido ni honrado mientras andaba entre la gente por la cual
había hecho tanto.
Siempre se mostró paciente y gozoso, y los afligidos lo saludaban
como un mensajero de vida y paz. Veía las necesidades de hombres
y mujeres, de niños y jóvenes, y a todos daba la invitación: “Venid a
mí.”
Durante su ministerio, Jesús dedicó más tiempo a sanar a los
enfermos que a la predicación. Sus milagros testificaban de la verdad
de sus palabras, de que había venido no a destruir, sino a salvar.
Dondequiera que fuese, le precedían las nuevas de su misericordia.
Dondequiera que hubiese pasado, los seres objeto de su compasión
se regocijaban con la buena salud, y ensayaban sus recién adquiridas
faculta des. Muchedumbres se agolpaban en derredor suyo para oír
de sus labios el relato de las obras que el Señor había hecho. Para
muchos, su voz era la pri mera que oían, su nombre, la primera
palabra que pronunciaban, su rostro, el primero que veían. ¿Por qué
no habían de amar a Jesús, y cantar sus loores? Mientras pasaba por
los pueblos y ciudades, era como una corriente vital, que difundía
vida y gozo....
El Salvador hacía de cada obra de sanidad una ocasión de implan-
tar principios divinos en la mente y el alma. Tal era el propósito de su
obra. Impartía bendiciones terrenas, a fin de inclinar los corazones
de los hombres a recibir el Evangelio de su gracia.
Lucas 2:48, 49
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