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Los jóvenes como misioneros
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la preparación o educación que tengan. Los hombres así enviados
dejarían vacantes que los obreros inexpertos no podrían llenar.
Se necesitan jóvenes para los lugares duros
La iglesia puede preguntar si a los jóvenes se les pueden con-
fiar las graves responsabilidades que entraña el establecimiento y
dirección de una misión en el extranjero. Respondo: Dios quiso
que fuesen de tal manera preparados en nuestros colegios y por la
asociación en el trabajo con hombres de experiencia, que estuviesen
listos para ocupar puestos de utilidad en esta causa.
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Debemos manifestar confianza en nuestros jóvenes. Deben ser
obreros de avanzada en toda empresa que entrañe trabajo duro y sa-
crificio, mientras que los sobrecargados siervos de Cristo deben ser
apreciados como consejeros, para que estimulen y bendigan a aque-
llos que peleen más reciamente para Dios. La Providencia puso a
estos experimentados padres en penosa posición de responsabilidad
en temprana edad, cuando ni sus facultades físicas ni las intelec-
tuales estaban plenamente desarrolladas. La magnitud del cometido
a ellos confiado despertó sus energías, y su labor activa en la obra
contribuyó a su desarrollo físico y mental.
Se necesitan jóvenes. Dios los llama a los campos misioneros.
Como están comparativamente libres de congojas y responsabilida-
des, están en condiciones más favorables para dedicarse a la obra que
aquellos que deben proveer a la educación y sostén de una familia
numerosa. Además, los jóvenes pueden adaptarse más fácilmente a
los climas y ambientes nuevos, y pueden soportar mejor los incon-
venientes y las penurias. Con tacto y perseverancia, pueden alcanzar
a la gente donde esté.
La fuerza viene con el ejercicio. Todos los que pongan en uso
la capacidad que Dios les haya dado, tendrán mayor capacidad para
dedicar a su servicio. Aquellos que no hacen nada en la causa de
Dios, dejarán de crecer en la gracia y el conocimiento de la verdad.
Un hombre que se acostara y se negase a ejercitar sus miembros,
no tardaría en perder toda facultad de emplearlos. Así también el
cristiano que no quiere ejercitar las facultades que Dios le dió, no
sólo deja de crecer en Cristo, sino que pierde la fuerza que ya tenía;
se convierte en un paralítico espiritual.
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