Página 54 - El otro Poder (1996)

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El otro Poder
Necesitamos presentar la verdad en su sencillez, defender la
piedad práctica; y debemos hacer esto con el espíritu de Cristo. La
manifestación de un espíritu tal ejercerá la mejor influencia sobre
nuestro propio ser, y tendrá un poder convincente sobre los demás.
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Demos al Señor oportunidad de obrar por intermedio de sus propios
agentes. No nos imaginemos que podremos trazar planes para el
futuro; reconozcamos a Dios como el que está manejando el timón
en todo tiempo y en toda circunstancia. El obrará por los medios
adecuados, y sostendrá, ensanchará y fortalecerá a su pueblo.
No apresuren la tormenta
—Los agentes del Señor deben tener
un celo santificado y completamente regido por él. Los tiempos
tormentosos nos sobrecogerán bastante pronto, y no debemos se-
guir una conducta impropia que apresure su llegada. Vendrá una
tribulación de tal carácter que impulsará hacia Dios a todos los que
deseen ser suyos y solamente suyos. Hasta que seamos probados en
el horno de fuego no nos conoceremos a nosotros mismos, y no es
propio que midamos el carácter de los demás ni condenemos a los
que no han recibido todavía la luz del mensaje del tercer ángel.
Si deseamos que los hombres se convenzan de que la verdad
que creemos santifica el ser y transforma el carácter, no los abru-
memos constantemente con acusaciones vehementes. Con ello no
lograríamos sino imponerles la conclusión de que la doctrina que
profesamos no puede ser la cristiana, ya que no nos hace bonda-
dosos ni corteses. El cristianismo no se manifiesta por acusaciones
pugilísticas y condenatorias.
Muchos de nuestros hermanos corren el riesgo de pretender ejer-
cer sobre otros un poder controlador y oprimir a sus semejantes.
Existe el peligro de que aquellos a quienes se han confiado respon-
sabilidades conozcan un solo poder: el de la voluntad no santificada.
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Algunos han ejercido este poder sin escrúpulo y han perjudicado en
gran manera a quienes el Señor está usando. Una de las mayores
maldiciones de nuestro mundo (que se ve en las iglesias y por do-
quier) es el amor a la supremacía. Los hombres se dejan absorber
por la búsqueda de poder y de popularidad. Para nuestro agravio y
vergüenza, este espíritu se ha manifestado en las filas de los obser-
vadores del sábado. Pero el éxito espiritual es solamente para los
que han adquirido mansedumbre y humildad en la escuela de Cristo.