Página 167 - La Oraci

Basic HTML Version

Hombres y mujeres de oración
163
daría a su pueblo escogido otra prueba; y con ayuno, humillación y
oración, importunaba al Dios del cielo con estas palabras: “Ahora,
Señor, Dios grande, digno de ser temido, que guardas el pacto y
la misericordia con los que te aman y guardan tus mandamientos;
hemos pecado, hemos hecho iniquidad, hemos obrado impíamente,
y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos
y de tus ordenanzas. No hemos obedecido a tus siervos los profetas,
que en tu nombre hablaron a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a
nuestros padres, y a todo el pueblo de la tierra”.
Daniel 9:4-6
.
Daniel no proclama su propia fidelidad ante el Señor. En lugar
de pretender ser puro y santo, este honrado profeta se identifica hu-
mildemente con el Israel verdaderamente pecaminoso. La sabiduría
[177]
que Dios le había impartido era tan superior a la sabiduría de los
grandes hombres del mundo, como la luz del sol que brilla en los
cielos al mediodía es más brillante que la más débil estrella. Y sin
embargo, ponderad la oración que sale de los labios de este hombre
tan altamente favorecido del cielo. Con profunda humillación con
lágrimas y una entrega de corazón, ruega por sí mismo y por su
pueblo. Abre su alma delante de Dios, confesando su propia falta de
mérito y reconociendo la grandeza y la majestad del Señor.
¡Qué sinceridad y qué fervor caracterizaron su súplica! La mano
de fe se halla extendida hacia arriba para asirse de las promesas
del Altísimo que nunca fallan. Su alma lucha en agonía. Y tiene
la evidencia de que su oración es escuchada. Sabe que la victoria
le pertenece. Si como pueblo nosotros oráramos como Daniel, y
lucháramos como él luchó, humillando nuestras almas delante de
Dios, veríamos respuestas tan maravillosas a nuestras peticiones
como las que le fueron concedidas a Daniel. Oíd cómo presenta su
caso ante la corte del cielo:
“Inclina, oh Dios mío, tu oído, y oye; abre tus ojos, y mira nues-
tras desolaciones, y la ciudad sobre la cual es invocado tu nombre;
porque no elevamos nuestros ruegos ante ti confiados en nuestras
justicias, sino en tus muchas misericordias. Oye, Señor; oh Señor,
perdona; presta oído, Señor, y haz: no tardes, por amor de ti mismo,
Dios mío; porque tu nombre es invocado sobre tu ciudad y sobre tu
pueblo”.
Daniel 9:18, 19
.
El hombre de Dios estaba orando por la bendición del cielo sobre
su pueblo, y por un conocimiento más claro de la voluntad divina.