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La Oración
la prueba. Él es nuestro ejemplo en todo. Se hermana con nuestras
flaquezas, pero no alimenta pasiones semejantes a las nuestras. Como
no pecó, su naturaleza rehuía el mal. Soportó luchas y torturas
del alma en un mundo de pecado. Dado su carácter humano, la
oración era para él una necesidad y un privilegio. Requería el más
poderoso apoyo y consuelo divino que su Padre estuviera dispuesto
a impartir a quién, para beneficio del hombre, había dejado los goces
del cielo y elegido por morada un mundo frío e ingrato. Cristo halló
consuelo y gozo en la comunión con su Padre. Allí podía descargar
su corazón de los pesares que lo abrumaban. Era Varón de dolores y
experimentado en quebranto.
Durante el día trabajaba fervientemente, haciendo bien a otros
para salvarlos de la destrucción. Sanaba a los enfermos y consolaba
a los que lloraban; impartía alegría y esperanza a los desesperados
y comunicaba vida a los muertos. Después de terminado su trabajo
del día, salía por las noches y se alejaba de la confusión de la ciudad
para postrarse en algún huerto apartado, donde oraba a su Padre. A
veces los brillantes rayos de la luna resplandecían sobre su cuerpo
postrado; luego nuevamente las nubes y las tinieblas lo privaban de
toda luz. El rocío y la helada de la noche caían sobre su cabeza y su
barba mientras él estaba en actitud de súplica. Con frecuencia conti-
nuaba sus peticiones durante toda la noche. Él es nuestro ejemplo.
Si lo recordáramos e imitáramos, seríamos mucho más fuertes en
Dios.
Si el Salvador de los hombres, a pesar de su fortaleza divina,
necesitaba orar, ¡cuánto más debieran los débiles y pecaminosos
mortales sentir la necesidad de orar con fervor y constancia! Cuando
Cristo se veía más fieramente asediado por la tentación, no comía. Se
entregaba a Dios y gracias a su ferviente oración y perfecta sumisión
a la voluntad de su Padre salía vencedor. Sobre todos los demás
cristianos profesos, debieran los que profesan la verdad para estos
últimos días imitar a su gran Ejemplo en lo que a la oración se
refiere.
“Bástale al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su
señor”.
Mateo 10:25
. Nuestras mesas están con frecuencia cargadas
de manjares malsanos e innecesarios, porque amamos esas cosas
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más que la abnegación, la salud y la sanidad mental. Jesús pedía
fuerza a su Padre con fervor. El divino Hijo de Dios la consideraba