Página 25 - La Oraci

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Capítulo 1—Dios nos invita a orar
Vinculándonos con Dios mediante la oración
Es algo maravilloso que podamos orar eficazmente; que seres mor-
tales indignos y sujetos a yerro posean la facultad de presentar sus
peticiones a Dios. ¿Qué facultad más elevada podría desear el hom-
bre que la de estar unido con el Dios infinito? El hombre débil y
pecaminoso tiene el privilegio de hablar a su Hacedor. Podemos
pronunciar palabras que alcanzan el trono del Monarca del universo.
Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él
dice: Estoy a tu diestra.
Podemos comulgar con Dios en nuestros corazones; podemos
andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos a nuestro
trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón, sin que
lo oiga oído humano alguno; pero aquella palabra no puede perderse
en el silencio, ni puede caer en el olvido. Nada puede ahogar el
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deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima
del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye
nuestra oración.
Pedid, pues; pedid y recibiréis. Pedid humildad, sabiduría, valor,
aumento de fe. Cada oración sincera recibirá una contestación. Tal
vez no llegue esta exactamente como deseáis, o cuando la esperéis;
pero llegará de la manera y en la ocasión que mejor cuadren a vuestra
necesidad. Las oraciones que elevéis en la soledad, en el cansancio,
en la prueba, Dios las contestará, no siempre según lo esperabais,
pero siempre para vuestro bien.—
Obreros Evangélicos, 271, 272
.
Jesús nos invita a orar
El Señor nos da el privilegio de buscarlo en forma individual
en oración ferviente, o de descargar el alma ante él, sin ocultar na-
da a Aquel que nos ha invitado: “Venid a mí todos los que estáis
trabajados y cargados, y yo os haré descansar”. ¡Oh, cuán agrade-
cidos debemos sentirnos de que Jesús esté dispuesto a llevar todas
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