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La Oración
Hablamos de nuestros amigos porque los amamos; nuestras tristezas
y alegrías están ligadas con ellos. Sin embargo, tenemos razones
infinitamente mayores para amar a Dios que para amar a nuestros
amigos terrenales, y debería ser la cosa más natural del mundo te-
nerlo como el primero en todos nuestros pensamientos, hablar de su
bondad y alabar su poder. Los ricos dones que ha derramado sobre
nosotros no estaban destinados a absorber nuestros pensamientos y
amor de tal manera que nada tuviéramos que dar a Dios; antes bien,
debieran hacernos acordar constantemente de él y unirnos por medio
de los vínculos del amor y gratitud a nuestro celestial Benefactor.
Vivimos demasiado apegados a lo terreno. Levantemos nuestros ojos
hacia la puerta abierta del Santuario celestial, donde la luz de la
gloria de Dios resplandece en el rostro de Cristo, quien “también
puede salvar hasta lo sumo a los que se acercan a Dios por medio de
él”.
Hebreos 7:25
.
Debemos alabar más a Dios por su misericordia “y sus maravi-
llas para con los hijos de Adán”.
Salmos 107:8
. Nuestros ejercicios
de devoción no deben consistir enteramente en pedir y recibir. No
estemos pensando siempre en nuestras necesidades y nunca en las
bendiciones que recibimos. Nunca oramos demasiado, pero somos
muy parcos en dar gracias. Somos diariamente los recipientes de las
misericordias de Dios y, sin embargo, ¡cuán poca gratitud expresa-
mos, cuán poco lo alabamos por lo que ha hecho por nosotros!
Antiguamente el Señor ordenó esto a Israel, para cuando se
congregara para su servicio: “Y los comeréis allí delante de Jehová
vuestro Dios; y os regocijaréis vosotros y vuestras familias en toda
empresa de vuestra mano, en que os habrá bendecido Jehová vuestro
Dios”.
Deuteronomio 12:7
. Aquello que se hace para la gloria de
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Dios debe hacerse con alegría, con cánticos de alabanza y acción de
gracias, no con tristeza y semblante adusto.
Nuestro Dios es un Padre tierno y misericordioso. Su servicio
no debe mirarse como una cosa que entristece, como un ejercicio
que desagrada. Debe ser un placer adorar al Señor y participar en
su obra. Dios no quiere que sus hijos, a los cuales proporcionó
una salvación tan grande, trabajen como si él fuera un amo duro y
exigente. Él es nuestro mejor amigo, y cuando lo adoramos, quiere
estar con nosotros para bendecirnos y confortarnos, llenando nuestro
corazón de alegría y amor. El Señor quiere que sus hijos se consuelen