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La Oración
es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él
seamos glorificados”. “Y aún no se ha manifestado lo que hemos de
ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes
a él, porque le veremos como él es”. Ver
1 Juan 3:2
;
Romanos 8:17
.
El primer paso para acercarse a Dios consiste en conocer y creer
en el amor que siente por nosotros; solamente por la atracción de su
amor nos sentimos impulsados a ir a él.
La comprensión del amor de Dios induce a renunciar al egoísmo.
Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos
como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido
de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En
nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como
a nosotros mismos. Nadie ora como es debido sí solamente pide
bendiciones para sí mismo.
[348]
El Dios infinito, dijo Jesús, os da el privilegio de acercaros a él y
llamarlo Padre. Comprended todo lo que implica esto. Ningún padre
de este mundo ha llamado jamás a un hijo errante con el fervor con
el cual nuestro Creador suplica al transgresor. Ningún amante interés
humano siguió al impenitente con tantas tiernas invitaciones. Mora
Dios en cada hogar; oye cada palabra que se pronuncia, escucha toda
oración que se eleva, siente los pesares y los desengaños de cada
alma, ve el trato que recibe cada padre, madre, hermana, amigo y
vecino. Cuida de nuestras necesidades, y para satisfacerlas, su amor
y misericordia fluyen continuamente.
Si llamáis a Dios vuestro Padre, continuó, os reconocéis hijos
suyos, para ser guiados por su sabiduría y para darle obediencia
en todas las cosas, sabiendo que su amor es inmutable. Aceptaréis
su plan para vuestra vida. Como hijos de Dios, consideraréis como
objeto de vuestro mayor interés, su honor, su carácter, su familia y su
obra. Vuestro gozo consistirá en reconocer y honrar vuestra relación
con vuestro Padre y con todo miembro de su familia. Os gozaréis en
realizar cualquier acción, por humilde que sea, que contribuya a su
gloria o al bienestar de vuestros semejantes.
“Que estás en los cielos”. Aquel a quien Cristo pide que miremos
como “Padre nuestro”, “está en los cielos; todo lo que quiso, ha
hecho”. En su custodia podemos descansar seguros diciendo: “En el
día que temo, yo en ti confío”.
Salmos 115:3
;
56:3
.