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La Oración
Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros
hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a
los que lo pidieren de él?”
Lucas 11:11-13
.
Para fortalecer nuestra confianza en Dios, Cristo nos enseña a
dirigirnos a él con un nuevo nombre, un nombre entretejido con
las asociaciones más caras del corazón humano. Nos concede el
privilegio de llamar al Dios infinito nuestro Padre. Este nombre,
pronunciado cuando le hablamos a él y cuando hablamos de él,
es una señal de nuestro amor y confianza hacia él, y una prenda
de la forma en que él nos considera y se relaciona con nosotros.
Pronunciado cuando pedimos un favor o una bendición, es una
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música en sus oídos. A fin de que no consideráramos una presunción
el llamarlo por este nombre, lo repitió en renovadas ocasiones. Él
desea que lleguemos a familiarizarnos con este apelativo.
Dios nos considera sus hijos. Nos ha redimido del mundo aban-
donado, y nos ha escogido para que lleguemos a ser miembros de la
familia real, hijos e hijas del Rey del cielo. Nos invita a confiar en
él con una confianza más profunda y más fuerte que aquella que un
hijo deposita en un padre terrenal. Los padres aman a sus hijos, pero
el amor de Dios es más grande, más amplio, más profundo de lo que
al amor humano le es posible ser. Es inconmensurable. Luego, si los
padres terrenales saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más
nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?
Las lecciones de Cristo con respecto a la oración deben ser
cuidadosamente consideradas. Hay una ciencia divina en la oración,
y la ilustración de Cristo presenta un principio que todos necesitamos
comprender. Demuestra lo que es el verdadero espíritu de oración,
enseña la necesidad de la perseverancia al presentar a Dios nuestras
peticiones, y nos asegura que él está dispuesto a escucharnos y a
contestar la oración.
Nuestras oraciones no han de consistir en peticiones egoístas,
meramente para nuestro propio beneficio. Hemos de pedir para po-
der dar. El principio de la vida de Cristo debe ser el principio de
nuestra vida. “Por ellos ¿dijo Cristo, refiriéndose a sus discípulos?
yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados
en verdad”.
Juan 17:19
. La misma devoción, la misma abnegación,
la misma sujeción a las declaraciones de la Palabra de Dios que se
manifestaron en Cristo, deben verse en sus siervos. Nuestra misión