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La Oración
se reveló con poder a su iglesia. Era como si durante siglos esta in-
fluencia hubiera estado restringida, y ahora el Cielo se regocijara en
poder derramar sobre la iglesia las riquezas de la gracia del Espíritu.
Y bajo la influencia del Espíritu, las palabras de arrepentimiento
y confesión se mezclaban con cantos de alabanza por el perdón
de los pecados. Se oían palabras de agradecimiento y de profecía.
Todo el Cielo se inclinó para contemplar y adorar la sabiduría del
incomparable e incomprensible amor. Extasiados de asombro, los
apóstoles exclamaron: “En esto consiste el amor”. Se asieron del
don impartido. ¿Y qué siguió? La espada del Espíritu, recién afilada
con el poder y bañada en los rayos del cielo, se abrió paso a través
de la incredulidad. Miles se convirtieron en un día.—
Los Hechos de
los Apóstoles, 31
.
Deberíamos orar por el Espíritu como hicieron los discípu-
los en el Pentecostés
—Fue por medio de la confesión y el perdón
del pecado, por la oración ferviente y la consagración de sí mismos
a Dios, cómo los primeros discípulos se prepararon para el derrama-
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miento del Espíritu Santo en el día de Pentecostés. La misma obra,
sólo que en mayor grado, debe realizarse ahora...
A menos que estemos avanzando diariamente en la ejempli-
ficación de las virtudes cristianas activas, no reconoceremos las
manifestaciones del Espíritu Santo en la lluvia tardía. Podrá estar
derramándose en los corazones en torno de nosotros, pero no la
discerniremos ni la recibiremos...
La gracia divina se necesita al comienzo, se necesita gracia divina
a cada paso de avance, y sólo la gracia divina puede completar la
obra. No habrá ocasión de descansar en una actitud descuidada.
Nunca debemos olvidar las amonestaciones de Cristo: “Velad en
oración”, “Velad... orando en todo tiempo”. Una conexión con el
agente divino es esencial para nuestro progreso en todo momento.
Podemos haber tenido una medida del Espíritu de Dios, pero por la
oración y la fe continuamente hemos de tratar de conseguir más del
Espíritu.—
Testimonios para los Ministros, 516, 517
.
Debemos orar tan fervorosamente por el descenso del Espíritu
Santo como los discípulos oraron el día de Pentecostés. Si ellos lo
necesitaban en aquel tiempo, nosotros lo necesitamos más hoy...
Sin el Espíritu y el poder de Dios será en vano que trabajamos
para presentar la verdad.—
El Colportor Evangélico, 146
.