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Hombres y mujeres de oración
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Moisés intercedió por su pueblo. No podía consentir en que fuese
destruido, y que él, en cambio, se convirtiese en una nación más
poderosa. Apelando a la misericordia de Dios, dijo: “Ahora, pues,
yo te ruego que sea magnificada la fortaleza del Señor, como lo
hablaste, diciendo: Jehová, tardo de ira y grande en misericordia,
que perdona la iniquidad y la rebelión... perdona ahora la iniquidad
de este pueblo según la grandeza de tu misericordia, y como has
perdonado a este pueblo desde Egipto hasta aquí”.
El Señor prometió no destruir inmediatamente a los israelitas;
pero a causa de la incredulidad y cobardía de ellos, no podía ma-
nifestar su poder para subyugar a sus enemigos. Por consiguiente,
en su misericordia, les ordenó que como única conducta segura,
regresaran al Mar Rojo.—
Patriarcas y Profetas, 411, 412
.
Las oraciones de Moisés salvaron a los israelitas del castigo
divino
—Mientras el pueblo miraba a aquel anciano, que tan pronto
le sería quitado, recordó con nuevo y profundo aprecio su ternura
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paternal, sus sabios consejos y sus labores incansables. ¡Cuán a
menudo, cuando sus pecados habían merecido los justos castigos de
Dios, las oraciones de Moisés habían prevalecido para salvarlos! La
tristeza que sentían era intensificada por el remordimiento. Recorda-
ban con amargura que su propia iniquidad había inducido a Moisés
al pecado por el cual tenía que morir.—
Patriarcas y Profetas, 503
.
La última oración de Moisés fue contestada en el Monte de
la Transfiguración
—Nunca, hasta que se ejemplificaron en el sa-
crificio de Cristo, se manifestaron la justicia y el amor de Dios más
señaladamente que en sus relaciones con Moisés. Dios le vedó la
entrada a Canaán para enseñar una lección que nunca debía olvidar-
se; a saber, que él exige una obediencia estricta y que los hombres
deben cuidar de no atribuirse la gloria que pertenece a su Creador.
No podía conceder a Moisés lo que pidiera al rogar que le dejara
participar en la herencia de Israel; pero no olvidó ni abandonó a su
siervo. El Dios del cielo comprendía los sufrimientos que Moisés
había soportado; había observado todos los actos de su fiel servicio a
través de los largos años de conflicto y prueba. En la cumbre de Pis-
ga, Dios llamó a Moisés a una herencia infinitamente más gloriosa
que la Canaán terrenal.
En el monte de la transfiguración, Moisés estuvo presente con
Elías, quien había sido trasladado. Fueron enviados como portadores