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La Oración
de la luz y la gloria del Padre para su Hijo. Y así se cumplió por fin
la oración que elevara Moisés tantos siglos antes. Estaba en el “buen
monte,” dentro de la heredad de su pueblo, testificando en favor de
Aquel en quien se concentraban todas las promesas de Israel. Tal es
la última escena revelada al ojo mortal con referencia a la historia
de aquel hombre tan altamente honrado por el cielo.—
Patriarcas y
Profetas, 512
.
Ana
El ejemplo de Ana brinda ánimo a toda madre
—De Silo,
Ana regresó quedamente a su hogar en Ramatha, dejando al niño
Samuel para que, bajo la instrucción del sumo sacerdote, se le edu-
case en el servicio de la casa de Dios. Desde que el niño diera sus
primeras muestras de inteligencia, la madre le había enseñado a amar
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y reverenciar a Dios, y a considerarse a sí mismo como del Señor.
Por medio de todos los objetos familiares que le rodeaban, ella había
tratado de dirigir sus pensamientos hacia el Creador. Cuando se
separó de su hijo, no cesó la solicitud de la madre fiel por el niño.
Era el tema de las oraciones diarias de ella. Todos los años le hacía
con sus propias manos un manto para su servicio; y cuando subía a
Silo a adorar con su marido, entregaba al niño ese recordatorio de su
amor. Mientras la madre tejía cada una de las fibras de la pequeña
prenda, rogaba a Dios que su hijo fuese puro, noble, y leal. No pedía
para él grandeza terrenal, sino que solicitaba fervorosamente que
pudiese alcanzar la grandeza que el cielo aprecia, que honrara a Dios
y beneficiara a sus conciudadanos.
¡Cuán grande fue la recompensa de Ana! ¡Y cuánto alienta a ser
fiel el ejemplo de ella! A toda madre se le confían oportunidades de
valor inestimable e intereses infinitamente valiosos. El humilde con-
junto de deberes que las mujeres han llegado a considerar como una
tarea tediosa debiera ser mirado como una obra noble y grandiosa.
La madre tiene el privilegio de beneficiar al mundo por su influencia,
y al hacerlo impartirá gozo a su propio corazón. A través de luces y
sombras puede trazar sendas rectas para los pies de sus hijos, que los
llevarán a las gloriosas alturas celestiales. Pero sólo cuando ella pro-
cura seguir en su propia vida el camino de las enseñanzas de Cristo,
puede la madre tener la esperanza de formar el carácter de sus niños