Hombres y mujeres de oración
123
de acuerdo con el modelo divino. El mundo rebosa de influencias
corruptoras. Las modas y las costumbres ejercen sobre los jóvenes
una influencia poderosa. Si la madre no cumple su deber de instruir,
guiar y refrenar a sus hijos, éstos aceptarán naturalmente lo malo
y se apartarán de lo bueno. Acudan todas las madres a menudo a
su Salvador con la oración: “¿Qué orden se tendrá con el niño, y
qué ha de hacer?” Cumpla ella las instrucciones que Dios dio en su
Palabra, y se le dará sabiduría a medida que la necesite.—
Patriarcas
y Profetas, 617, 618
.
Ana era una mujer de oración
—Ana no reprochó a su esposo
por el error de su segundo matrimonio. Llevó la pena que no po-
día compartir con un amigo terrenal a su Padre celestial, y buscó
consuelo únicamente en Aquel que había dicho “llama, y yo res-
ponderé”. Hay un poder extraordinario en la oración. Nuestro gran
[134]
adversario constantemente busca apartar al alma atribulada de Dios.
Una apelación al cielo de parte del santo más humilde le causa más
pavor a Satanás que los decretos de los gobiernos o los mandatos de
los reyes.
La oración de Ana no fue escuchada por oídos humanos, pero
llegó al oído del Dios de los ejércitos. Fervientemente le rogó a Dios
que le quitara su afrenta, y le otorgara el don más apreciado por las
mujeres de su edad, la bendición de la maternidad. Mientras luchaba
en oración, su voz no se escuchaba, pero sus labios se movían y
su rostro evidenciaba una profunda emoción. Y ahora le esperaba
una prueba mayor a la humilde suplicante. Cuando la mirada del
sumo sacerdote, Elí, se posó sobre ella, decidió que estaba ebria.
Las orgías de los banqueteos casi habían suplantado a la verdadera
piedad en el pueblo de Israel. Aun entre las mujeres había frecuentes
ejemplos de intemperancia, y por esto Elí resolvió recurrir a lo que
consideraba un reproche merecido. “¿Hasta cuándo estarás ebria?
Digiere tu vino”.
1 Samuel 1:14
.
Ana había estado en comunión con Dios. Creía que su oración
había sido escuchada, y la paz de Cristo llenaba su corazón. Poseía
una naturaleza gentil y sensible, pero no se rindió a la pena ni a la
indignación ante la injusta acusación de hallarse ebria en la casa de
Dios. Con la reverencia debida al ungido del Señor, calmadamente
repelió la acusación y declaró la causa de su emoción. “No, señor
mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni