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La Oración
En la devoción secreta nuestras oraciones no deben alcanzar sino
el oído de Dios, que siempre las escucha. Ningún oído curioso debe
asumir el peso de tales peticiones.
“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento”. Tengamos un lugar
especial para la oración secreta. Debemos escoger, como lo hizo
Cristo, lugares selectos para comunicarnos con Dios. Muchas veces
necesitamos apartarnos en algún lugar, aunque sea humilde, donde
estemos a solas con Dios.
“Ora a tu Padre que está en secreto”. En el nombre de Jesús
podemos llegar a la presencia de Dios con la confianza de un niño.
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No hace falta que algún hombre nos sirva de mediador. Por medio
de Jesús, podemos abrir nuestro corazón a Dios como a quien nos
conoce y nos ama.
En el lugar secreto de oración, donde ningún ojo puede ver ni
oído oír sino únicamente Dios, podemos expresar nuestros deseos y
anhelos más íntimos al Padre de compasión infinita; y en la tranqui-
lidad y el silencio del alma, esa voz que jamás deja de responder al
clamor de la necesidad humana, hablará a nuestro corazon.
“El Señor es muy misericordioso y compasivo”. Espera con
amor infatigable para oír las confesiones de los desviados del buen
camino y para aceptar su arrepentimiento. Busca en nosotros algu-
na expresión de gratitud, así como la madre busca una sonrisa de
reconocimiento de su niño amado. Quiere que sepamos con cuánto
fervor y ternura se conmueve su corazón por nosotros. Nos convida
a llevar nuestras pruebas a su simpatía, nuestras penas a su amor,
nuestras heridas a su poder curativo, nuestra debilidad a su fuerza,
nuestro vacío a su plenitud. Jamás dejó frustrado al que se allegó a
él. “Los que miraron a él fueron alumbrados, y sus rostros no fueron
avergonzados”.
No será vana la petición de los que buscan a Dios en secreto,
confiándole sus necesidades y pidiéndole ayuda. “Tu Padre que ve
en lo secreto te recompensará en público”. Si nos asociamos diaria-
mente con Cristo, sentiremos en nuestro derredor los poderes de un
mundo invisible; y mirando a Cristo, nos asemejaremos a él. Con-
templándolo, seremos transformados. Nuestro carácter se suavizará,
se refinará y ennoblecerá para el reino celestial. El resultado seguro
de nuestra comunión con Dios será un aumento de piedad, pureza y
celo. Oraremos con inteligencia cada vez mayor. Estamos recibien-