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La Oración
fin desde el principio y discernir la gloria del designio que cumplen
como colaboradores con Dios.—
El Ministerio de Curación, 380
.
Si os habéis entregado a Dios, para hacer su obra—dice Jesús—,
no os preocupéis por el día de mañana. Aquel a quien servís percibe
el fin desde el principio. Lo que sucederá mañana, aunque esté oculto
a vuestros ojos, es claro para el ojo del Omnipotente.
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Cuando nosotros mismos nos encargamos de manejar las cosas
que nos conciernen, confiando en nuestra propia sabiduría para salir
airosos, asumimos una carga que él no nos ha dado, y tratamos de lle-
varla sin su ayuda. Nos imponemos la responsabilidad que pertenece
a Dios y así nos colocamos en su lugar. Con razón podemos entonces
sentir ansiedad y esperar peligros y pérdidas, que seguramente nos
sobrevendrán. Cuando creamos realmente que Dios nos ama y quiere
ayudarnos, dejaremos de acongojarnos por el futuro. Confiaremos
en Dios así como un niño confía en un padre amante. Entonces des-
aparecerán todos nuestros tormentos y dificultades; porque nuestra
voluntad quedará absorbida por la voluntad de Dios.—
El Discurso
Maestro de Jesucristo, 85
.
Eleazar pidió, y recibió, la dirección divina
—Acordándose de
las palabras de Abrahán referentes a que Dios enviaría su ángel con
él, rogó a Dios con fervor para pedirle que le dirigiera en forma posi-
tiva. En la familia de su amo estaba acostumbrado a ver de continuo
manifestaciones de amabilidad y hospitalidad, y rogó ahora que un
acto de cortesía le señalase la doncella que Dios había elegido.
Apenas hubo formulado su oración, le fue otorgada la respuesta.
Entre las mujeres que se habían reunido cerca del pozo, había una
cuyos modales corteses llamaron su atención. En el momento en
que ella dejaba el pozo, el forastero fue a su encuentro y le pidió un
poco de agua del cántaro que llevaba al hombro. Le fue concedido
amablemente lo que pedía, y se le ofreció sacar agua también para
los camellos, un servicio que hasta las hijas de los príncipes solían
prestar para atender a los ganados de sus padres. Esa era la señal
deseada.—
Patriarcas y Profetas, 169, 170
.
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