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La oración en los últimos días
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tierra. Pero sus oraciones ascenderán más especialmente en favor
de la iglesia, porque sus miembros están obrando a la manera del
mundo.
No serán vanas las oraciones de estos pocos fieles. Cuando
el Señor salga como vengador, vendrá también como protector de
todos aquellos que hayan conservado la fe en su pureza y se hayan
mantenido sin mancha del mundo. Será entonces el tiempo en que
Dios prometió vengar a sus escogidos que claman día y noche,
aunque sea longánimo con ellos.—
Joyas de los Testimonios 2:64
.
Oren por el Espíritu cuando llegue la lluvia tardía
—No po-
demos depender de la forma o de la maquinaria externa. Lo que
necesitamos es la influencia vivificante del Santo Espíritu de Dios.
“No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová
de los ejércitos”.
Zacarías 4:6
. Orad sin cesar, y vigilad actuando de
acuerdo con vuestras oraciones. Mientras, oren, crean y confíen en
Dios. Es el tiempo de la lluvia tardía, en el cual el Señor otorgará
liberalmente su Espíritu. Sean fervientes en la oración y vigilantes
en el Espíritu.—
Recibiréis Poder, 306
.
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La oración es la única protección del cristiano en el fin
—Vi
que algunos, con fe robusta y gritos acongojados, clamaban ante
Dios. Estaban pálidos y sus rostros demostraban la profunda ansie-
dad resultante de su lucha interna. Gruesas gotas de sudor bañaban
su frente; pero con todo, su aspecto manifestaba firmeza y grave-
dad. De cuando en cuando brillaba en sus semblantes la señal de la
aprobación de Dios, y después volvían a quedar en severa, grave y
anhelante actitud.
Los ángeles malos los rodeaban, oprimiéndolos con tinieblas
para ocultarles la vista de Jesús y para que sus ojos se fijaran en la
oscuridad que los rodeaba, a fin de inducirlos a desconfiar de Dios y
murmurar contra él. Su única salvaguardia consistía en mantener los
ojos alzados al cielo, pues los ángeles de Dios estaban encargados
del pueblo escogido y, mientras que la ponzoñosa atmósfera de los
malos ángeles circundaba y oprimía a las ansiosas almas, los ángeles
celestiales batían sin cesar las alas para disipar las densas tinieblas.
De cuando en cuando Jesús enviaba un rayo de luz a los que
angustiosamente oraban, para iluminar su rostro y alentar su corazón.
Vi que algunos no participaban en esta obra de acongojada demanda,
sino que se mostraban indiferentes y negligentes, sin cuidarse de