El padrenuestro
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El primer paso para acercarse a Dios consiste en conocer y creer
en el amor que siente por nosotros; solamente por la atracción de su
amor nos sentimos impulsados a ir a él.
La comprensión del amor de Dios induce a renunciar al egoísmo.
Al llamar a Dios nuestro Padre, reconocemos a todos sus hijos
como nuestros hermanos. Todos formamos parte del gran tejido
de la humanidad; todos somos miembros de una sola familia. En
nuestras peticiones hemos de incluir a nuestros prójimos tanto como
a nosotros mismos. Nadie ora como es debido sí solamente pide
bendiciones para sí mismo.
El Dios infinito, dijo Jesús, os da el privilegio de acercaros a él y
llamarlo Padre. Comprended todo lo que implica esto. Ningún padre
de este mundo ha llamado jamás a un hijo errante con el fervor con
el cual nuestro Creador suplica al transgresor. Ningún amante interés
humano siguió al impenitente con tantas tiernas invitaciones. Mora
Dios en cada hogar; oye cada palabra que se pronuncia, escucha toda
oración que se eleva, siente los pesares y los desengaños de cada
alma, ve el trato que recibe cada padre, madre, hermana, amigo y
vecino. Cuida de nuestras necesidades, y para satisfacerlas, su amor
y misericordia fluyen continuamente.
Si llamáis a Dios vuestro Padre, continuó, os reconocéis hijos
suyos, para ser guiados por su sabiduría y para darle obediencia
en todas las cosas, sabiendo que su amor es inmutable. Aceptaréis
su plan para vuestra vida. Como hijos de Dios, consideraréis como
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objeto de vuestro mayor interés, su honor, su carácter, su familia y su
obra. Vuestro gozo consistirá en reconocer y honrar vuestra relación
con vuestro Padre y con todo miembro de su familia. Os gozaréis en
realizar cualquier acción, por humilde que sea, que contribuya a su
gloria o al bienestar de vuestros semejantes.
“Que estás en los cielos”. Aquel a quien Cristo pide que miremos
como “Padre nuestro”, “está en los cielos; todo lo que quiso, ha
hecho”. En su custodia podemos descansar seguros diciendo: “En el
día que temo, yo en ti confío”.
Salmos 115:3
;
Salmos 56:3
.
“Santificado sea tu nombre”
.
Mateo 6:9
.
Para santificar el nombre del Señor se requiere que las palabras
que empleamos al hablar del Ser Supremo sean pronunciadas con
reverencia. “Santo y temible es su nombre”.
Salmos 111:9
. Nunca
debemos mencionar con liviandad los títulos ni los apelativos de la